Categoría: Sociología

Determinantes de la acción colectiva y los movimientos sociales. Panorámica general y movilización en España a partir del 15-M hasta principios de 2013

si-se-puede.jpgComparto en esta entrada uno de mis trabajos redactados en 2013 con fines académicos. Espero que os pueda ser de interés y utilidad.

Tras el comienzo de la crisis financiera y económica global, cuyas secuelas han sido especialmente graves en España al unirse los efectos del estallido de la burbuja inmobiliaria, causa y consecuencia del “milagroso” e inconsistente crecimiento económico español desde finales de la década de los 90 del pasado siglo hasta el desencadenamiento de la crisis en 2008, y con los antecedentes de los movimientos sociales que en Túnez e Islandia transformaron el marco institucional en ambos países entre 2009 y 2011, las diversas formas de movilización de la sociedad española en protesta por los diversos recortes en el estado del bienestar, los derechos sociales y contra una clase política considerada corrupta y deslegitimada, han cobrado una especial relevancia en la práctica totalidad de los medios de comunicación, en el debate político y en el latir cotidiano de la sociedad. Muy especialmente a partir de la fecha clave del 15 de mayo de 2011 en la que diversas manifestaciones convocadas principalmente a través de las redes sociales por el movimiento Democracia Real Ya recorrieron las principales ciudades de España para poner de manifiesto el hartazgo de una sociedad víctima de una crisis cuyos culpables, lejos de pagar por ella ante la justicia de los Estados, continúan ocupando en muchos casos puestos relevantes en los diversos entramados del poder político y financiero.

De este modo, el interés de los medios de comunicación y el público se ha unido a la tradicional relevancia académica que en el marco de la sociología y la ciencia política se le ha dado a los movimientos sociales como agentes de cambio y transformación en las sociedades siendo ése el motivo por el que considero especialmente oportuno en el actual contexto intentar responder a las preguntas:

¿Cómo se hace posible la acción colectiva y qué determina sus formas e intensidad?

¿Proporciona el contexto socio político en España las condiciones para la movilización social así como la emergencia y consolidación en el tiempo de nuevos movimientos sociales?

Para  dar  respuesta  a  estas  preguntas  se  examinará  desde  diversos  enfoques teóricos el fenómeno de la acción colectiva señalando después las causas, ideales, valores e instituciones que subyacen en las movilizaciones del 15 M y la oleada de protestas continuadas que, desde esa fecha emblemática hasta el presente, se vienen sucediendo en nuestro país. Sin dejar de ser conscientes que trazar las fronteras entre los distintos tipos de investigaciones en el ámbito de las ciencias sociales en general y política en particular, no siempre resulta fácil, este trabajo de investigación eminentemente teórico tiene una intención primordialmente explicativa y evaluativa al trazarse como meta la descripción de los comportamientos de los grupos y los individuos implicados en las movilizaciones y valorarlos conforme a modelos descriptivos ya establecidos por otros autores. Dicho propósito de analizar la movilización ciudadana desde diversos enfoques tiene la intención de obtener una panorámica que nos permita una visión más rica y completa de un fenómeno de estudio interdisciplinar que la proporcionada desde el estudio a través de un solo marco analítico, teniendo en cuenta que, en el análisis de sistemas complejos como las sociedades, resulta prácticamente imposible encontrar un modelo único y autosuficiente capaz de proporcionar una explicación completa de los fenómenos.

Según Cross y Snow, la acción colectiva y su plasmación en movimientos sociales es una de las áreas de investigación en la que la politología y la sociología han mostrado mayor interés debido a que los movimientos sociales y sus acciones colectivas afines son rasgos recurrentes y visibles del paisaje social, en parte porque son fenomenológicamente destacados, al involucrar a un número relativamente grande de personas manifestándose juntos o en lugares públicos destinados a otras actividades, y en parte debido a que suelen asociarse con una o más de las cuestiones candentes y controvertidas del momento. De hecho, la abundancia de noticias y crónicas sobre protestas y manifestaciones sugiere que las actividades de los movimientos sociales y sus respectivos actos de protesta son, de hecho, características sobresalientes del paisaje social. Se considera que los movimientos sociales juegan un papel fundamental en resaltar las desigualdades distributivas y procedimentales y desafiando a las autoridades institucionales relevantes en cada caso para corregir estas desigualdades, suelen ser los portadores organizacionales de las preocupaciones relativas a diversos «problemas sociales», con frecuencia funcionan como indicadores visibles o afloramientos de las nuevas preocupaciones sociales y culturales, y generalmente proporcionan una «voz» para sus seguidores uniéndolos en identidades colectivas relevantes. (Cross y Snow, 2012: 523). A través de diversos enfoques y técnicas, los sociólogos y los politólogos tratan de comprender y explicar la acción colectiva política y su cristalización en forma de surgimiento y desarrollo de movimientos sociales. Son muchos los que consideran que el estudio de la acción colectiva y los movimientos sociales ha de ser abordado de manera interdisciplinaria con aportaciones de la sociología, la politología, la psicología, la antropología, la economía y la historia aun siendo conscientes de lo inabarcable que puede llegar a ser el empeño. No debemos olvidar que, como cualquier fenómeno dentro de un sistema complejo, las variables implicadas en la acción colectiva son múltiples y no siempre evidentes, mensurables o discretas.

1 ¿Qué  se  entiende  por  acción  colectiva  y  cómo  se  transforma en movimiento social?

Funes y Monferrer definen la acción colectiva como “toda acción conjunta que persigue unos intereses comunes y que para conseguirlos desarrolla unas prácticas de movilización concretas” (Funes y Monferrer, 2003: 23). En la definición de McAdam, la acción colectiva hace referencia a cualquier acción emergente y mínimamente coordinada, entre dos o más personas motivada por el deseo de cambiar algún aspecto de la vida social o para resistir a los cambios propuestos por otros (McAdam, 2007: 575). El éxito de los movimientos sociales dependerá de la habilidad de los grupos desafiantes para crear “incentivos negativos” a la cooptación entre las élites a través de la disrupción en el orden público y la esperanza de que este amenace la consecución de los intereses de esas élites (McAdam, 2007: 579). Para Charles Tilly, las acciones colectivas políticas son las “realizadas por un conjunto de sujetos motivados por unos intereses comunes, que adoptan una forma de organización más o menos estructurada, y diseñan unas prácticas de movilización concretas, actuando en una estructura de oportunidad política que facilitará o dificultará la acción y condicionará sus posibilidades de influir en la articulación del poder.” (Funes y Adell, 2003: 23) De este modo, para Tilly, la acción colectiva política estará conformada por los intereses, la organización, la movilización y la estructura de oportunidad política. J. L. Wood define el comportamiento colectivo como «una actividad grupal no institucionalizada y no convencional, tales como el pánico, manías, manipulación de masas, tumultos organizados, disturbios y movimientos reformistas o revolucionarios. Una aproximación sociológica a la conducta colectiva se centra en las condiciones sociales, tales como las estructuras políticas y las creencias compartidas ya que estas condiciones influyen en los patrones de comportamiento colectivo» (Smelser, 2001: 2204). Siguiendo a Tarrow, Klandermans define los movimientos sociales como «desafíos colectivos por parte de individuos con propósitos comunes y vínculos de solidaridad en interacción continuada con las élites y autoridades»   (Klandermans, 2004:269), (Tarrow, 1997: 21). En esta definición  encontramos  tres  elementos  clave  que  son:  el  desafío  colectivo  a  los poseedores del poder; unos objetivos comunes y un sentimiento de solidaridad entre los participantes, y el mantenimiento en el tiempo de la acción colectiva, de hecho, para Klandermans, es precisamente la continuidad en la acción a lo largo del tiempo lo que diferencia a los movimientos sociales de otros tipos de acción colectiva hasta el punto de afirmar que “los incidentes aislados de acción colectiva no son movimientos sociales” (Klandermans,  2004:269).  En  general,  los  movimientos  sociales  nacen  porque  las personas se sienten agraviadas, porque tienen los recursos para movilizarse y/o porque los participantes perciben la oportunidad política (Klandermans, 2004: 270) Desde la perspectiva de Melucci, la acción colectiva es un conjunto de prácticas sociales que involucran simultáneamente a determinado número de individuos o grupos exhibiendo características morfológicas similares en contigüidad de tiempo y espacio, implicando un campo social de relaciones y la capacidad de los participantes de dotar de sentido a lo  que  están  haciendo  (Melucci,  1996:20).  Para  Ralph  Turner,  el  comportamiento colectivo  consiste  en  aquellas  formas  de  comportamiento  social  en  las  que  las convenciones usuales dejan de guiar la acción social y la gente trasciende, puentea o subvierte  las instituciones, modelos  y    estructuras    establecidos.    Desde   ciertas perspectivas,   los  movimientos  sociales  son   tratados  a  veces  como  formas   de comportamiento colectivo aunque, desde otros puntos de vista que hacen hincapié en el grado de organización necesaria para mantener la acción social, son contemplados como fenómenos de diferente tipo (Turner, 2000: 354). En cualquier caso, la principal forma de abordar el estudio de la acción colectiva tradicionalmente por parte de la Ciencia Política y la Sociología es a través del análisis de los movimientos sociales ya que estos son la   principal manifestación y expresión de dicha acción colectiva. Según Manuel Castells los movimientos sociales son diferentes de los movimientos de protesta. Son fundamentalmente movimientos culturales, movimientos que conectan las demandas actuales con los proyectos del mañana. Para que un movimiento sea influyente, los actores del estado tienen que considerarlo capaz de facilitar u obstaculizar sus propios objetivos, aumentando o consolidando nuevas coaliciones electorales, ganando apoyo público o aumentando el respaldo para las políticas de las instituciones gubernamentales (Castells, 2012: 219-224). McAdam señala que la protesta puede influir directamente en los políticos como señal de aviso de cambio de las preferencias políticas y también indirectamente conduciendo a la opinión pública en la dirección de los objetivos del movimiento. Los movimientos de ideología moderada que sean capaces de organizar grandes manifestaciones públicas tendrán, probablemente, un efecto demostrable en las políticas públicas (McAdam, 2007: 580).

2  – Análisis microsociológico: los individuos y sus intereses.

Desde el conocido como enfoque microsociológico se analiza la acción colectiva y su plasmación en movimientos sociales desde un punto de vista centrado en los actores individuales, sus intereses, predisposiciones y preferencias así como en los mecanismos que les conducen a la participación en acciones y movilizaciones de carácter colectivo. Bajo la denominación de “teorías subjetivas o del actor social” (Funes y Monferrer, 2003: 28) se encuadran los enfoques de la elección racional, las teorías  de  la  identidad,  el  interaccionismo  simbólico,  la  construcción  social  de  la protesta y el análisis de marcos.

Desde el punto de vista de la elección racional, la obra de Mancur Olson, La lógica de la Acción colectiva, (1968) ha sido la más influyente y en ella establece dos premisas básicas sobre la participación en movilizaciones, derivadas del pensamiento económico neoclásico: por un lado, la decisión de participación en movimientos sociales ha de ser explicada en referencia a las preferencias individuales y, por el otro, los individuos actúan racionalmente para maximizar sus intereses y minimizar sus costes. (Nash, 2010: 93). Además, en el punto de partida de su explicación encontramos la idea de que la acción colectiva está principalmente relacionada con la producción de bienes colectivos (Della Porta y Diani, 2006: 100). Olson describe lo que denomina el dilema del free rider (gorrón) que afronta cualquiera que se plantea participar en una determinada acción colectiva encaminada a la consecución de algún bien público. Olson se pregunta por qué alguien querría esforzarse y asumir los costes y riesgos, a veces elevados, de participar en un esfuerzo colectivo si de todos modos recibirá los beneficios del éxito de la acción haya o no participado. Desde este punto de vista, el activismo individual aparece como irracional máxime si se tiene en cuenta además la pequeña influencia real, en cuanto a recursos movilizados, que tiene la participación o no en la movilización de un determinado individuo. Olson, soluciona en parte el problema del free rider afirmando que podemos esperar que los individuos participen cuando reciban incentivos selectivos por hacerlo y existan sistemas eficaces para monitorizar la participación y sancionar a aquellos que no han tomado parte denegándoles algún tipo de beneficio. (McAdam, 2007: 577)

El interés por el enfoque de la identidad en relación a la acción colectiva surge como parte de la crítica a la concepción de Mancur Olson sobre la aparente contradicción planteada entre el interés individual y la participación en este tipo de acciones: “Según Pizzorno, un individuo no puede realizar un cálculo racional preciso de los costes de la participación, dado que le es imposible anticipar cuáles serán los beneficios que de ella obtendrá en un futuro…”“La incertidumbre de este cálculo individual se supera por la seguridad que aporta el reconocimiento colectivo derivado de la participación…” De este modo, “Para que una persona decida participar puede ser objetivo suficiente la posibilidad de formar (o reforzar) su propia identidad…” (Funes y Monferrer, 2003: 30). Según Della Porta y Diani, los mecanismos a través de los cuales la acción colectiva contribuye a construir la identidad, que emerge a través del proceso social que combina auto identificación y reconocimiento externo (Della Porta y Diani, 2006: 105), son: la definición de límites entre los distintos actores implicados en un conflicto, de modo que se define un “nosotros” y un “otros” en base a ciertos valores o intereses; el surgimiento de nuevas redes de relaciones de confianza entre los actores del movimiento que operan en entornos sociales complejos y sirven de base para el desarrollo de redes de comunicación informales, interacción y soporte mutuo  que facilita afrontar los riesgos que la acción pueda conllevar; además, la identidad colectiva conecta y asigna un significado común a las experiencias de acción colectiva a través del tiempo y el espacio como, por ejemplo, enlazando eventos asociados a una determinada causa para mostrar la continuidad del esfuerzo en las acciones, sensación de continuidad que es especialmente importante en las fases latentes de los movimientos. (Della Porta y Diani, 2006: 93-95).

Interaccionismo simbólico, construcción social de la protesta y análisis de marcos son enfoques teóricos que algunos autores denominan como “sociología creativa” que proponen una revalorización de la importancia del sujeto y la intersubjetividad y cuyos supuestos básicos son: los seres humanos no están meramente determinados por las fuerzas sociales; los individuos dan forma y crean constantemente sus propios mundos sociales en interacción con otros; y de esta constante definición y creación provienen los motivos colectivamente construidos por los que los individuos orientan su acción (Funes y Monferrer, 2003: 31). Ello está en consonancia con las tres premisas teóricas que, desde el interaccionismo simbólico, Herbert Mead estableció a principios del siglo pasado las tres premisas que fundamentan la actuación de los seres humanos: estos actúan en base a los significados que las cosas tienen para ellos; esos significados surgen de la interacción entre las personas, y los significados son moldeados y modificados a través del proceso interpretativo empleado para relacionarse e interactuar con su entorno (Hall, 2007: 4918). Cinco son los conceptos fundamentales a tener en cuenta según el interaccionismo simbólico: Proceso, la sociedad y el individuo no permanecen nunca estables y en equilibrio sino que están en constante cambio e interacción. Emergencia, establece que combinaciones únicas crean manifestaciones cualitativamente diferentes, un agregado de individuos en forma de grupo es algo cualitativamente diferente a la suma de sus componentes. Agencia, las personas tienen capacidad para ejercer algún control sobre sí mismos, sobre otros y sobre el entorno, pueden construir mundos sociales y transformar la realidad que les rodea. Condicionalidad construida, la realidad (condiciones) no determina necesariamente la acción social aunque no pueda ser ignorada, las condiciones existentes modelan pero no determinan el comportamiento. Dialéctica, los interaccionistas la contemplan a partir de aspectos relacionales y procesuales, el «self» es descrito como compuesto de un aspecto social (me) y otro personal (I) que están en continua conversación, diálogo e interacción el uno con el otro (Hall, 2007: 4918-4920).

Los interaccionistas simbólicos, contemplan la sociedad como interacción y la interacción solamente es posible a través de la comunicación que es eminentemente simbólica en los seres humanos. La sociedad solamente existe como creada y re-creada por la interactuación entre las personas, al tiempo que esta crea como seres sociales a los individuos. A través de este proceso simbólico se construyen categorías sociales mediante la definición y categorización de las diversas situaciones lo que puede producir comportamientos que validen esas definiciones, de este modo, cuando esos comportamientos se hacen rutinarios y organizados pueden servir para reproducir la estructura social existente. (Strykes, 2000:3095-3097). Para el interaccionismo simbólico, según Alberto Melucci, “hay una lógica de la acción colectiva que implica ciertas estructuras relacionales, la presencia de mecanismos de decisión, la fijación de metas, la circulación de la información, el cálculo de los resultados, la acumulación de experiencia, y el aprendizaje del pasado.” (Melucci, 1996: 17). Manuel Castells, afirma que las relaciones de poder constituyen el fundamento de la sociedad debido a que los que lo ostentan constituyen las instituciones sociales según sus valores e intereses, siendo el poder ejercido principalmente mediante la coacción (a través del empleo de la violencia, legítima o no, del estado) y la construcción de significados en las mentes a través de mecanismos de manipulación simbólica, siendo este último procedimiento una fuente de poder más estable y decisiva ya que la forma en la que pensamos determina el destino de las instituciones, normas y valores que estructuran las sociedades. Por eso, la lucha de poder fundamental es la batalla por la construcción de significados en las mentes. (Castells, 2012: 22-23).

“La etiqueta de ‘construcción social’ se ha convertido en un paraguas teórico bajo el cual se cobijan una pluralidad de enfoques que coinciden en destacar la naturaleza social de los procesos de significación, interpretación y construcción de significados, puesto que tienen lugar en la interacción entre los individuos. Esta es la razón por la cual su aplicación al análisis de los movimientos sociales se conceptualiza como construcción social de la protesta” (Funes y Monferrer, 2003: 32). Las teorías sobre la “construcción social” cobran especial relevancia a partir de la obra de la obra de Berger y Luckmann La construcción social de la realidad, en la que los autores afirman que “el análisis del rol del conocimiento en la dialéctica entre el individuo y la sociedad, entre identidad personal y estructura social, proporciona una perspectiva complementaria crucial de todas las áreas de la sociología” (Berger y Luckmann, 1967: 208) Para Klandermans la construcción social de la protesta ocurre a diferentes niveles y en distintas etapas. Por un lado, los individuos nacen dentro de entornos sociales con creencias colectivas que describen e interpretan el mundo; las personas son socializadas en grupos y organizaciones que comparten un conjunto de creencias y asimilan determinadas categorías con identidades colectivas específicas. Al tiempo, esas creencias e identidades son formadas y transformadas a través del discurso público. Por otro lado, las organizaciones del movimiento, sus oponentes y las organizaciones contrarias al movimiento, tratan de persuadir a los individuos para que contemplen el mundo como lo hacen ellos y, dependiendo de si estos puntos de vista pueden ser anclados en creencias o identidades ya existentes, los intentos de persuasión tendrán más o menos éxito. Debido a que estas creencias son compartidas con los grupos y las categorías individuales identifican con ellos, la crítica cuestión del anclaje es resuelta en la interacción interpersonal dentro de estos grupos o categorías. Una vez que los individuos se encuentran envueltos en un episodio de acción colectiva su visión del mundo puede cambiar dramáticamente. En base a creencias que ya eran compartidas, se desarrollan nuevas identidades colectivas como participantes en la misma acción colectiva. La construcción social de la protesta tiene lugar en y entre los grupos y categorías sociales y dentro de las redes que estos conforman.(Klandermans, 1992: 93- 94).

Para Funes y Monferrer, la actividad de creación de significados se define como framing, que se entiende como una actividad de enmarcamiento o creación de marcos de la acción colectiva. De este modo, “los movimientos destacan algunos aspectos de la realidad sobre otros, les asignan significado y definen como problemáticas determinadas situaciones sociales con la finalidad de movilizar a sus militantes y simpatizantes, ganar el apoyo del público y desmovilizar a sus antagonistas.” (Funes y Monferrer, 2003: 33) Según Snow y Benford, el marco es un esquema interpretativo que simplifica y condensa el “mundo exterior” a través de la puntualización y codificación selectiva de objetos, situaciones, eventos, experiencias y secuencias de acciones en relación a entornos y circunstancias pasados y presentes (Snow y Benford, 1992: 137). Para Goffman, los marcos denotan esquemas de interpretación que permiten a los individuos localizar, percibir, identificar y etiquetar sucesos relacionados con sus experiencias y espacios vitales así como con el mundo que les rodea. (Gofmann, 1974: 21-22). Según Snow, en el contexto de los movimientos sociales, el framing, hace referencia a la construcción de significados por parte de los individuos involucrados en el movimiento y otros actores relevantes para sus intereses y para los retos que afrontan en la pugna por la consecución de sus objetivos, siendo los marcos de acción colectiva los resultantes de la actividad de framing en la arena de los movimientos sociales. Estos son conjuntos relativamente coherentes de creencias y significados orientados a la acción que legitiman al tiempo que inspiran a las campañas y actividades de los movimientos sociales.Los marcos de acción colectiva centran su atención en especificar qué está «dentro» y qué está «fuera» del marco además de articular y elaborar los elementos dentro del marco cuyo significado o conjunto de significados ha de ser transmitido, resultando como consecuencia frecuente, la transformación de los significados asociados  con  los  objetos  de  atención.  Los  marcos  maestro  son  aquellos  que  en ocasiones surgen en las etapas tempranas de los ciclos de protesta y asumen la función de algoritmos maestros en el sentido que conforman y limitan las actividades y orientaciones de otros movimientos dentro del ciclo. Las tareas fundamentales del encuadre son elaborar un marco de diagnóstico, un marco de pronóstico y un marco motivacional. El marco de diagnóstico es el que suele definir o redefinir un evento o situación como «injusto» aunque no todos los marcos de acción colectiva hayan de incorporar un componente de injusticia. El marco de pronóstico implica la articulación de una propuesta de solución al problema diagnosticado incluyendo un plan de acción y refutación de los oponentes. Tanto el marco de diagnóstico como el de pronóstico pueden generar debates considerables dentro de los movimientos convirtiéndose en marcos de disputa. El marco motivacional afronta el problema del «free rider» articulando una «llamada a las armas» o razones para estimular la participación en las actividades del movimiento. Los marcos de procesos de alineación, engloban los esfuerzos estratégicos de los actores y organizaciones implicados en el movimiento para enlazar sus intereses y objetivos con los de aquellos simpatizantes potenciales y proveedores de recursos que puedan contribuir de algún modo en las campañas y actividades del movimiento. Se han identificado cuatro procesos básicos de alineamiento: el «puenteo de marcos» que implica el enlace entre dos o más marcos congruentes en relación a un determinado asunto aunque estructuralmente desconectados; la «amplificación de marcos» que supone el embellecimiento, cristalización y fortalecimiento de los valores y las creencias existentes; la «extensión de marcos» que representa la proyección de los intereses y encuadres del movimiento más allá de su circunscripción inicial para incluir temas que se consideran de interés para los grupos espectadores o simpatizantes potenciales, y la «transformación de marcos» que implica el cambio de los acuerdos y perspectivas anteriores sobre individuos o colectivos. El marco de resonancia se establece para facilitar la movilización siendo dos los principales factores a tener en cuenta: la credibilidad, afectada por la consistencia entre reivindicaciones y acciones, y la relevancia del encuadre para los destinatarios de la movilización, determinada por la centralidad de las creencias y reivindicaciones para sus vidas. La generación y modificación de los marcos de acción colectiva ocurre principalmente a través del proceso discursivo en la elaboración y articulación de marcos. La articulación de marcos implica la conexión y coordinación discursiva de acontecimientos, experiencias y trazos de uno o más corpus ideológicos que se agrupan de una forma relativamente integrada y significante. En la elaboración de marcos, también juega un papel relevante acentuar y subrayar algunos acontecimientos, temas, creencias o ideas más que otros para darles una mayor prominencia de acuerdo con los objetivos y cuestiones más relevantes para el movimiento.(Snow, 2007: 1781-1783).

 –  Las movilizaciones sociales en España desde el 15 de mayo de 2011 a través del marco teórico subjetivo o del actor.

Basándonos en el estudio de Calvo, Gómez-Pastrana y Mena podemos establecer el perfil del participante en las primeras movilizaciones vinculadas al 15-M como joven, con edad comprendida entre los 19 y 30 años, que en un 70% de los casos cursa o ha cursado estudios universitarios y con un perfil ideológico mayoritaria y sensiblemente de izquierda. Los participantes en el 15-M muestran una clara tendencia abstencionista y de los que se declaran votantes un 79% lo hicieron a favor de partidos minoritarios, en blanco o con nulidad provocada; son “nativos digitales” en su inmensa mayoría y conforman un movimiento social no basado en liderazgos carismáticos. (Calvo, Gómez-Pastrana y Mena, 2011: 4-11). Más tarde, al movimiento que iba siendo más conocido como el de «indignados» debido al título del panfleto de Stephane Hessel (2010), se les fueron «uniendo personas de todas las procedencias sociales y edades con una participación activa de los mayores que veían una amenaza directa en el deterioro de sus condiciones de vida» (Castells, 2012: 120). En la actualidad, la movilización social en España, aunque generalizada y multiforme en sus manifestaciones, parece tener como fenómenos más destacados la “marea verde” contra los recortes en educación y, tal como señala Luis Gómez en su artículo en El País, la “marea blanca” por la sanidad junto con las acciones de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) que, entre otras movilizaciones continuas, hizo prosperar la aceptación a tramitación por el parlamento de una Iniciativa Legislativa Popular al respecto (Gómez, 2013), siendo en este punto donde cabe recordar que “un importante contingente del 15- M procedía de los jóvenes de la campa a “V de Vivienda”, en los meses anteriores al movimiento” (Castells, 2012: 127). En el momento de escribir estas líneas, podemos afirmar que la PAH ha conseguido mantener en lugar destacado sus reivindicaciones en los principales medios de comunicación gracias a su acción continuada en apoyo de las personas que van a ser desahuciadas y a los “escraches” a políticos a lo largo de todo el Estado. Posiblemente, su mayor reto ahora sea evitar cualquier incidente violento que provoque una campaña mediática de desacreditación ante la opinión pública.

Según Pastor, el grupo motor de las movilizaciones a partir del 15-M es fundamentalmente «la juventud universitaria que cuenta con un capital cultural alto y sin embargo afronta la amenaza de un futuro de precarización prolongada. Más concretamente, la capa entre 23 y 30 años» (Pastor, 2012: 368). Resulta posible aplicar la definición de «privación relativa progresiva» al estado de ánimo de la juventud española igual que puede ser un rasgo característico de la juventud en otras partes del mundo» (Pastor, 2012: 368). Asimismo también se constata que pronto se pudo verificar «la implicación creciente de hombres y mujeres de edad mediana e incluso jubilados, dando así al movimiento una composición intergeneracional y una dimensión ciudadana superiores a los conocidos hasta ahora» (Pastor, 2012: 369).

Desde el enfoque del interaccionismo simbólico y basándonos en las tres premisas que fundamentan la actuación establecidas por Mead mencionadas en el anterior apartado, podemos afirmar que el movimiento 15-M ha conseguido dotar a través del pluralismo de sus discursos de nuevos significados a la realidad mediante la interacción entre las personas, posibilitada y ampliada por las redes sociales en Internet, que, al tiempo, son moldeados y reinterpretados a través del proceso comunicativo y relacional. Desde el punto de vista de las teorías de la identidad, a través del 15-M se ha destilado la creación de la figura del “indignado” cuyos rasgos ideológicos, podríamos dar por coincidentes con los del movimiento señalados por Pastor: no violencia; adanismo; apartidismo; rechazo en general a la clase política al uso, especialmente a los dos grandes partidos; democracia participativa; cambio de modelos sociales, económicos y políticos en el sentido de una mayor democratización, participación y horizontalidad en la política, la vida pública y las instituciones (Pastor, 2012: 356-381).

La protesta se construye a través de las redes sociales, las asambleas en las plazas, las reuniones en distintos lugares y los espacios y ágoras virtuales. Allí se describe y se interpreta la realidad social española, los individuos se socializan en distintos grupos de personas con similares puntos de vista e inquietudes y se asimilan determinadas categorías, junto con un tipo de identidad colectiva, que se forman y transforman a través del discurso continuo y abierto. Al destacar ciertos aspectos de la realidad sobre otros, asignarles significado y definir como problemáticas determinadas situaciones sociales para movilizar a sus militantes y simpatizantes y ganar el apoyo del público, se crean marcos interpretativos que permiten la condensación y etiquetado de la realidad y la creación de marcos de acción colectiva.

Según afirma Carlos Delclós en la entrevista realizada por Guillem Martínez para el diario El País, el mayor logro del 15M ha sido el cambio en el sentido común. «Todas las encuestas recientes, del CIS, de Metroscopia, de la Fundación BBVA, remiten a pensar que hay una masa crítica, ¡de casi tres cuartos!, que coincide con el diagnóstico que hace el 15-M de la crisis. El 15-M ha sido capaz de cambiar el sentido común, la lectura de la realidad”. Por lo que augura al movimiento un futuro dilatado: “El 15-M continúa y traslada al ámbito local la lucha global contra el neoliberalismo y su tensión principal, la capacidad que tiene el capital global de sabotear el poder de decisión de las personas”. (Martínez, 2013)

3  –Análisis mesosociológico o colectivo: organización y movilización.

El nivel de análisis mesosociológico permite un estudio desde un punto de vista grupal y colectivo centrando fundamentalmente el enfoque en las organizaciones y estructuras de movilización a través, principalmente, de la teoría de movilización de recursos y el análisis de redes cuyas capacidades explicativas permiten además abordar las explicaciones de la acción colectiva también desde el nivel macrosociológico. (Funes y Monferrer, 2003: 35).

Según Kate Nash, la teoría de movilización de recursos está basada en buena medida en el punto de vista liberal que considera a los fenómenos sociales como resultados de decisiones y acciones individuales, estando explícitamente desarrollada desde las premisas de la teoría de la elección racional. Para los teóricos de la movilización de recursos la acción social no es causada por condiciones estructurales. Lo que necesita ser explicado es por qué los individuos se involucran deliberadamente en acciones colectivas como resultado de las consideraciones racionales de sus propios intereses. No solamente es su individualismo metodológico lo que hace a la teoría de movilización de recursos una perspectiva liberal, también el papel jugado por el estado en la arena política es apropiado a ése punto de vista. Aunque los movimientos sociales puedan tener inicialmente una relación problemática con el gobierno en la medida que sus miembros no se consideran como apropiadamente representados por las instituciones y partidos políticos en el poder, el éxito para un movimiento social requiere conseguir el acceso rutinario al proceso político. (Nash, 2010: 91- 93).

Para Edwards y McCarthy, los tipos de recursos de los que pueden disponer los movimientos sociales son: morales, culturales, sociales y organizacionales, humanos y materiales. Los recursos morales incluyen legitimidad, apoyo solidario, apoyo por simpatía y fama. Cabe resaltar la especial importancia de la legitimidad como enlace entre los contextos macro culturales y los procesos organizacionales a nivel meso y micro. Esta legitimidad, así como los recursos morales en general, pueden proceder del apoyo de individuos u organizaciones de especial relevancia aunque como contrapartida, dicha legitimación puede ser retirada en el caso de que así lo decidan estos últimos por cualquier circunstancia. Los recursos culturales incluyen el conocimiento tácito sobre cómo cumplir determinadas tareas tales como la promulgación de un acto de protesta, la celebración de una conferencia de prensa, la organización de un mitin o un festival, la formación de una organización, o navegar por la web. Esta categoría incluye los repertorios tácticos, rasgos orgánicos y el saber hacer técnico o estratégico necesario para movilizar, organizar eventos o acceder a otros recursos adicionales. Existen tres formas generales de recursos sociales y organizacionales: infraestructuras, redes sociales y organizaciones. Las infraestructuras son las encargadas de facilitar el correcto  funcionamiento cotidiano y no son propietarias de recursos sociales. Sin embargo, el acceso a las redes sociales y especialmente a los grupos y organizaciones formales pueden ser limitados por los miembros a los externos a la organización. Los recursos humanos incluyen trabajo, experiencia, habilidades, pericia y liderazgo, siendo característicos de los individuos antes que de las estructuras organizacionales. La categoría de recursos materiales combina lo que los economistas llamarían capital físico y financiero incluyendo recursos monetarios, propiedades, espacios de oficina, equipamiento y suministros. Son de suma importancia para los movimientos puesto que la mayor parte de los analistas consideran que el dinero puede convertirse con relativa facilidad en otros tipos de recursos mientras que es mucho menos frecuente el caso contrario. Los principales mecanismos para acceder a los recursos por parte de los movimientos son cuatro: Producción propia a través de la agencia de las organizaciones existentes, activistas y participantes. La agregación de recursos hace referencia a las formas en las que un movimiento u organización convierte recursos poseídos entre individuos dispersos en recursos colectivos que pueden ser empleados por los actores del movimiento. Los movimientos sociales agregan recursos privados de sus benefactores y miembros con el objeto de alcanzar objetivos colectivos. Cooptación/ apropiación, los movimientos sociales suelen utilizar sus relaciones con organizaciones y grupos ya existentes para acceder a recursos previamente producidos o agregados por esas otras organizaciones. La cooptación de recursos normalmente implica el sobreentendido tácito de que estos serán empleados en modos mutuamente aceptables. El patrocinio conlleva la provisión de recursos a una organización de un determinado movimiento social por parte de un individuo u organización frecuentemente especializados en las actividades de patrocinio. Estas organizaciones suelen pretender ejercer control sobre cómo se emplean los recursos por ellos proporcionados e influir en las decisiones del movimiento en el día a día. (Edwards y McCarthy, 2004: 131-135)

Desde el punto de vista de J. Craig Jenkins, para el análisis de los movimientos sociales desde la óptica de la teoría de movilización de recursos cobran especial relevancia las siguientes cuestiones y supuestos: (A) Las acciones de los movimientos son racionales y estos responden adaptativamente a la los costes y recompensas de las diferentes líneas de acción. (B) Los objetivos básicos de los movimientos están definidos por conflictos de intereses construidos como relaciones de poder institucionalizadas. (C) Los agravios generados por esos conflictos son lo suficientemente ubicuos de manera que la formación y movilización de los movimientos dependen de los cambios en los recursos, en la organización del grupo y en las oportunidades para la acción colectiva. (D) La organización formalmente estructurada y centralizada de los movimientos es más típica de los modernos movimientos sociales resultando más efectiva en la movilización de recursos y a la hora de afrontar los crecientes desafíos que las estructuras informales y descentralizadas. (E) El éxito de los movimientos está muy influenciado por factores estratégicos y por los procesos políticos en los que están inmersos. (Jenkins, 1983: 528).

Los teóricos de la movilización de recursos hacen especial hincapié en que los agravios tienen una importancia secundaria a la hora de explicar las movilizaciones ya que estos son relativamente constantes y ubicuos al tiempo que derivados de conflictos de intereses más o menos institucionalizados. Los factores con mayor fuerza explicativa son los cambios a largo plazo en los recursos disponibles para el grupo, su organización y las oportunidades para la acción colectiva. (Jenkins, 1983: 530).

En el contexto del análisis de redes sociales, Funes y Monferrer denominan «red social al conjunto de actores conectados entre sí que configuran un espacio geográfico   o   social   relativamente   cerrado   y   cuya   principal   virtualidad   es   su potencialidad comunicativa» (Funes y Monferrer, 2003: 36). Para Mario Diani, las redes sociales consisten en una serie de nodos enlazados mediante algún tipo de relaciones y delimitados por algún criterio específico (Diani, 2007: 4463). En los movimientos sociales las redes incluyen tanto a activistas individuales como a organizaciones, vinculados entre ellos a través de lazos que no solamente implican el intercambio de recursos o información sino también identidades compartidas arraigadas en puntos de vista de la realidad más profundos. Los participantes en movimientos sociales suelen estar bien integrados en densas redes consistentes tanto en vínculos privados como en lazos originados en el contexto de experiencias previas de acción colectiva. Las redes de individuos pueden afectar no solo a la presencia o ausencia de participación sino también a la participación en tipos específicos de actividad, su continuación en el tiempo y la cantidad de riesgo que están dispuestos a asumir. Las redes pueden facilitar el desarrollo de habilidades cognitivas y competencias, proporcionan el contexto para la socialización de los individuos en un conjunto específico de valores y pueden representar el lugar para el desarrollo de fuertes contenidos emocionales. (Diani, 2011:566). Para Della Porta y Diani, los individuos frecuentemente se ven envueltos en la acción colectiva a través de su conexión particular con personas ya involucradas. Estas conexiones les ayudan a superar los innumerables obstáculos y dilemas que suelen afrontarse al plantearse la implicación activa en una determinada causa. Además, el número y tipo de redes individuales afecta a las perspectivas de permanencia activa por largo tiempo o, en su lugar, reducir el compromiso o finalizarlo completamente después de un breve periodo. Los individuos no solamente participan activamente en un movimiento a través de sus conexiones previas, también crean nuevos contactos por el simple hecho de verse envueltos en las diferentes modalidades de activismo y asociación. Desde este punto de vista, los activistas individuales, operan como puentes entre distintos ambientes organizacionales, enlazando, por ejemplo, organizaciones de movimientos sociales con actores políticos o instituciones ya establecidos, o con otras organizaciones movilizadas por distintas causas (Della Porta y Diani, 2006: 134). Funes y Monferrer establecen dos componentes básicos en el análisis de redes: los “puntos” (nodos, posiciones o actores para otros teóricos), que pueden ser tanto individuos como colectivos, y las “relaciones” (lazos o vínculos) que pueden fundamentarse en intereses comunes, tradición histórica o cultural, ideologías compartidas o proximidad física o afectiva. Distinguen entre redes formales, siendo estas las existentes entre colectivos, instituciones o grupos pautados procedimentalmente, y redes informales de carácter flexible y en buena medida espontáneo. Según su morfología, las redes pueden ser de baja densidad, con interacciones entre los puntos débiles o poco frecuentes, o de alta densidad en las que se producen interacciones frecuentes e intensas que son especialmente interesantes debido a su alta capacidad comunicativa que se fundamenta en: una gran homogeneidad entre los miembros; relaciones estables, fluidas y muy frecuentes entre estos y relaciones efímeras o inexistentes con otras redes u actores; una demarcación nítida y precisa entre “los de dentro” y “los de fuera” , y un alto grado de control interno. Cuanto mayor sea la densidad interactiva mayor capacidad poseerá la red para controlar las relaciones internas y para impedir las externas. Cabe destacar el hecho de que las posibilidades comunicativas de cada actor dependerán de la posición que ocupe en la red, siendo mayores cuanto más central sea su posición y menores en la periferia (Funes y Monferrer, 2003: 36-37).

 – Organización y movilización social en España desde el 15 de mayo de 2011

Desde el punto de vista organizativo, la movilización social en España, especialmente a partir del auge de las comunicaciones a través de Internet y sus diversas redes sociales, se auto organiza de forma progresivamente más horizontal en torno a asambleas y grupos a través de un sistema de «democracia directa basada en la igualdad en el derecho a la palabra de todas las personas y en la rotatividad de las «portavocías» y no en representantes» (Pastor, 2012: 362) Castells señala que el movimiento comenzó, extendiéndose por contagio, en las redes sociales de Internet, que se constituyeron en espacios de autonomía y herramientas de auto comunicación de masas en buena parte fuera del control de gobiernos y corporaciones que tradicionalmente han monopolizado los canales de comunicación como cimiento de su poder. El contrapoder, el intento consciente de cambiar las redes de poder, se activa a través de la reprogramación de redes en torno a intereses y valores alternativos o mediante la interrupción de las conexiones dominantes y la conexión de redes de resistencia y cambio social. Al mismo tiempo, la comunicación e interconexión entre personas con inquietudes similares, conforma un sentimiento de compañerismo que hace superar el miedo a los riesgos inherentes a una movilización desafiante al poder establecido (Castells, 2012: 20-27) Así, por ejemplo, el movimiento Democracia Real Ya (DRY) se basaba en una red descentralizada de nodos autónomos en distintas ciudades, modelo que fue reproducido por las distintas asambleas en diferentes ciudades. Esta horizontalidad, presente también en la experiencia de las redes en Internet, hace que el liderazgo no sea necesario ya que las funciones de coordinación pueden ejercerse en la propia red mediante la interacción entre nodos. La nueva subjetividad apareció en la red convirtiéndose esta en sujeto (Castells, 2012: 116-133). Aunque el impacto medible del movimiento de indignados en España pareció ser escaso, la transformación real se ha producido en las mentes de los ciudadanos. Cuando las personas piensan de otra forma, si les une la indignación y albergan la esperanza del cambio, la sociedad cambiará en última instancia de acuerdo con sus deseos. La nueva sociedad será el resultado del proceso de interactuación entre las redes, no de un plan preconcebido de cómo será el producto. Esta es la transformación realmente revolucionaría: la producción material de un cambio social no a partir de unos objetivos programáticos, sino de las experiencias en red de los actores del movimiento. (Castells, 2012: 144-147). El funcionamiento horizontal a través de redes on y offline permite a los movimientos no tener un centro identificable al tiempo que pueden seguir llevando a cabo acciones de coordinación y deliberación mediante la interacción de múltiples nodos, maximiza las oportunidades de participación en el movimiento al tiempo que reduce la vulnerabilidad del movimiento ante las amenazas de represión o la manipulación (Castells, 2012: 212).

En relación a la importancia de las nuevas tecnologías en el terreno de las movilizaciones sociales recogeré las palabras de Jiménez y Collado quienes pese a señalar inicialmente que «en un principio, Internet no parecía disolver el dilema clásico al que se enfrentan las organizaciones de los movimientos sociales, ser eficaces políticamente (lo que implica obtener apoyos más allá del núcleo de activistas y amplia proyección social) sin burocratizar sus estructuras en exceso (manteniendo principios democráticos de funcionamiento interno)» reconocen que gracias a Internet «la acumulación de experiencia, la extensión de nuevas culturas de contestación entre determinadas plataformas y espacios de movilización, pueden haber generado dinámicas de aprendizaje político en las que se consiga aunar una acción organizativa y política eficiente  y  profundizar  en  la  realización  de  sus  principios  de  democracia  interna». Afirman que los resultados de su estudio «también sugieren que Internet puede estar en el mismo inicio de nuevas pautas de relación inter-organizativas. Internet está en el origen y en la propia naturaleza reticular del movimiento. En el terreno de la coordinación de las organizaciones, Internet ya aparece no sólo como un elemento facilitador adicional sino en la propia génesis de estas dinámicas y en la conformación de algunos de sus elementos, favoreciendo la creación de espacios de confluencia puramente virtuales, la socialización de recursos y, quizás lo más relevante para nuestro caso de estudio, propiciando la búsqueda de acuerdos mediante la deliberación.» Para acabar concluyendo que «la experiencia de funcionamiento organizativo vinculada al 15-M refuerza esta asociación entre Internet y la extensión de prácticas organizativas basadas en la deliberación democrática» (Jiménez y Collado, 2012: 776).

Haro y Sampedro, afirman que las tecnologías de la comunicación y la información (TIC) «se han convertido en herramienta fundamental de contrapoder, ya que han permitido la creación de un modelo globalizado alternativo. Dicho modelo respondería a una propuesta “desde abajo” de nuevos movimientos sociales con vocación global, pero no excluyente de lo particular; es decir, que asimilan lo local como nodos operativos de una red universal.» y que «en España, el movimiento 15M se ha convertido en el último y máximo exponente de estas lógicas de movilización a través de la red.» Siendo «el último ciclo de eventos de un flujo de desobediencia civil que se materializa, casi cada cinco años, en las últimas dos décadas en este país. En parte es herencia de los movimientos sociales de base que ocuparon las calles por la insumisión, el 0,7%, la abolición de la deuda externa, el Nunca Máis y el No a la Guerra. Sus precedentes más inmediatos son la multitud on line, descentralizada, inestable e intermitente que salió a las calles españolas el 13 de marzo de 2004 como respuesta a la manipulación electoralista de los atentados del 11M; y el Movimiento por una Vivienda Digna.» (Haro y Sampedro, 2011: 159). El 15M también es un ejemplo de organización en red que se suma a los movimientos “glocales” por la justicia global y que ofrece un modelo diferente para la creación de una sociedad alternativa, más democrática y configurada globalmente en red. Las TIC han permitido al los movimientos sociales comunicarse, organizarse y coordinarse a gran escala y a nivel global (Haro y Sampedro, 2011: 169).

4 – Análisis macrosociológico o sistémico: estructura de oportunidad política.

En el nivel macrosociológico o sistémico se aborda el análisis de la estructura de oportunidad política y la estructura del contexto compuesto por los sistemas político, social, económico y cultural en relación a los movimientos sociales, en el que podemos diferenciar básicamente cuatro enfoques: teorías de la democracia; enfoque del capital social; teoría del proceso político y teoría de los nuevos movimientos sociales.

Peter Eisinger define la estructura de oportunidad política como el grado en el que los distintos grupos tienen probabilidades de obtener acceso al poder y de influir en el sistema político. Distingue entre sistemas cerrados y abiertos en base a la sensibilidad que los movimientos pueden esperar de las instituciones gubernamentales llegando a la conclusión de que la protesta es más probable en sistemas caracterizados por una mezcla de factores tanto de de apertura como de cierre del sistema institucional a las reivindicaciones de los grupos. (Eisinger, 1973: 11-28). Sidney Tarrow, por su parte, afirma que la propia construcción del estado crea una estructura de oportunidades para la acción colectiva de la que los movimientos sacan partido. Los estados fuertes con sociedades civiles débiles producen modelos de participación limitada jalonada con explosiones esporádicas de violencia social mientras que los estados débiles en sociedades civiles fuertes conducen a una acción abierta y a la acción colectiva convencional (Tarrow, 1997: 118). Los movimientos sociales se forman cuando los ciudadanos responden a cambios en las oportunidades que reducen los costes de la acción colectiva, descubren aliados potenciales y muestran en qué son vulnerables las élites y autoridades. Los principales cambios en la estructura de oportunidades surgen de la apertura de acceso al poder, de los cambios en los alineamientos gubernamentales, de la disponibilidad de aliados influyentes y de las divisiones dentro y entre las élites. (Tarrow, 1997: 49-50)

Kriesi et al. proponen un modelo para el contexto político de movilización con cuatro componentes: la estructura nacional de cleavages cuya configuración impone importantes restricciones en la movilización de los recien llegados a la escena de los movimientos políticos; las estructuras institucionales, las principales estrategias de los actores y la estructura de alianzas (Kriesi et al. 2002: xii-xiv).Según Della Porta y Diani, la acción del estado puede producir o modificar actores colectivos de dos maneras: fijando los límites territoriales de la acción política, y facilitando o bloqueando el desarrollo y crecimiento de ciertos grupos. Sin embargo, es cada vez más evidente que la capacidad del Estado para regular los comportamientos en determinado territorio ha sido claramente disminuida. El sistema internacional basado en el estado-nación parece estar mutando hacia un sistema político compuesto por autoridades multinivel que se solapan en un entramado de competencias de escasa diferenciación funcional y exigua legitimidad democrática  (Della Porta y Diani, 2006: 42-43).

El paradigma teórico de los nuevos movimientos sociales, desde la perspectiva de Kate Nash, hunde sus raíces en el marxismo al estar basado en la centralidad del conflicto en la sociedad al tiempo que da por sentada la naturaleza colectiva de los conflictos sociales. Especialmente a partir de la influencia de Alain Touraine, la actividad de dichos movimientos es contemplada como la expresión del conflicto entre “dominantes” y “dominados”, inherente a todas las sociedades y motor del cambio social. Los teóricos de los nuevos movimientos sociales enfatizan su carácter revolucionario: el objetivo de un verdadero movimiento social no es influir en el proceso político, como en la tradición teórica de la movilización de recursos, sino romper los límites del actual sistema y liderar la transformación de la sociedad (Nash, 2010: 106-107).

Según Steven Buechler, la teoría de los nuevos movimientos sociales emerge en la Europa de los 80 del siglo pasado para analizar los movimientos aparecidos desde 1960 en adelante. Se consideran «nuevos» frente al «viejo» movimiento obrero de clase de la teoría marxista. En contraste con esta, los nuevos movimientos se organizan en torno a cuestiones como raza, sexualidad, etnicidad, juventud, contraculturas, medioambientalismo, pacifismo, derechos humanos, etc. Estos teóricos se han interesado especialmente en los cambiantes contornos de las sociedades cada vez más grandes al tiempo que enfatizan en los aspectos culturales de la teoría social como los contextos simbólicos priorizándolos sobre los aspectos instrumentales en la esfera política. Para ellos ninguna identidad de grupo (incluida la clase) se da como objetivamente predeterminada y todas las identidades colectivas deben ser socialmente construidas como principal objetivo antes de que la acción social sea posible. Otros elementos que caracterizan a los nuevos movimientos sociales son su base predominantemente compuesta por las clases medias, sus objetivos simbólicos y post materialistas, su búsqueda de autonomía, su politización de la vida cotidiana y su preferencia por formas de organización del movimiento participativas y descentralizadas. (Buelcher, 2007: 3208-3210). Para Nash, los nuevos  movimientos sociales son considerados como “nuevos” en términos de su orientación, organización y estilo por comparación con el “viejo” movimiento obrero del cual se distinguen por: 1) Su carácter no meramente instrumental, expresivo de preocupaciones universalistas y frecuentemente sus protestas son en nombre de la moralidad más que por intereses directos de grupos sociales particulares. 2) Su orientación es más hacia la sociedad civil que hacia el estado al que consideran sospechoso por sus estructuras burocráticas centralizadas y orientado hacia el cambio de la opinión del público antes que al cambio de las instituciones controladas por las élites. Se preocupan más por aspectos culturales, de estilo de vida y participación en la política simbólica de la protesta que por reivindicar derechos socioeconómicos. 3) Se organizan de manera informal y flexible, al menos en algunos aspectos, evitando la jerarquización, la burocracia e incluso los requisitos para sus miembros. 4) Son altamente dependientes de los medios de comunicación de masas a través de los cuales dan a conocer sus reivindicaciones y llamamientos, escenifican sus protestas y pueden capturar la imaginación y los sentimientos del público (Nash, 2010: 88).

 Para Robert Putnam, el concepto de capital social hace referencia a características de la organización social tales como confianza, normas y redes que pueden mejorar la eficiencia de la sociedad facilitando acciones coordinadas. Como otras formas de capital, el capital social es productivo, haciendo posible el logro de ciertos fines que no podrían ser alcanzables en su ausencia. (Putnam, Leonardi y Nonetti, 1993: 167). James Coleman describe seis clases de capital social: Obligaciones y expectativas, potencial informativo, normas y sanciones eficaces, relaciones de autoridad, organizaciones sociales apropiables y organizaciones intencionales (Coleman, 1990: 304-313).

Basándonos en Funes y Monferrer,la perspectiva teórica conocida como de la democracia parte de la idea de que la principal pretensión de la acción colectiva de movimientos y asociaciones es ampliar los ámbitos de la participación democrática en el contexto de la creciente crisis de legitimidad de la democracia representativa entendida como de élites que, pese a seguir teniendo un apoyo mayoritario entre la población, es cada vez más cuestionada en ciertos aspectos en confrontación con la democracia de tipo participativo. Frente a la polarización de ambas concepciones de la democracia, muchos son los autores que tratan de encontrar mecanismos de articulación y síntesis entre ambas abogando, por ejemplo, por la representación directa en ámbitos concretos aunque conjugada con la representación de intereses por la vía delegativa en el nivel de la gran escala, o planteando una acción deliberativa de los ciudadanos al tiempo que se fortalecen las instituciones reguladoras del ejercicio de agregación y articulación de las preferencias(Funes y Monferrer, 2003: 38-40). Efectivamente, es un hecho comprobado a través de múltiples estudios que la confianza en los partidos políticos en las democracias occidentales tiende a ser prácticamente la más baja en comparación con cualquier otra organización pública de alto nivel. Su pérdida de popularidad e influencia ha sido acompañada por cambios en los propios partidos que tienden a convertirlos menos en vehículos de la expresión y articulación de la voluntad popular, según se supone idealmente que deben ser, que en organizaciones destinadas a que políticos profesionales ganen elecciones (Nash, 2010: 197), en mi opinión, para satisfacer intereses particulares de aquellos que financian sus partidos y campañas ajenos a cualquier concepción encuadrable de algún modo dentro de cualquier concepción de Interés General o Bien Común.Además, según Funes y Monferrer, los ciudadanos son cada día más críticos con las acciones políticas de sus gobernantes debido, en buena parte, a la mejora del nivel educativo general de la sociedad y a la capacidad evaluativa de sus decisiones que se traducen en actitudes de descontento y desconfianza en amplios sectores de la sociedad. Lo que reclaman los ciudadanos que valoran como insuficientes los cauces de representación política es una mayor participación y en más ámbitos incluyendo la articulación de más intereses y procedimientos más allá de los propios de democracia representativa actual que complementen y enriquezcan la participación política tradicional (Funes y Monferrer, 2003: 38-40).

El enfoque del proceso político ubica al Estado en el centro de la escena de la movilización social al considerar que su configuración y la articulación del poder en su seno afectan en la práctica a la protesta social analizando el modo y las condiciones políticas en las que se desarrollan los movimientos. (Funes y Monferrer, 2003: 41). Charles Tilly argumenta que la interacción entre intereses, organización y oportunidad explica el nivel de movilización y acción colectiva en un determinado conflicto: los intereses representan las ganancias potenciales de la participación; la organización representa el nivel de identidad entre los componentes y sus redes, y la oportunidad viene determinada por la cantidad de poder político, las posibilidades de represión y la vulnerabilidad del objetivo. (Tilly, 1978:7). Neal Caren, basándose en Doug McAdam, considera a los movimientos sociales como resultado de tres factores: las oportunidades políticas; la fuerza de las organizaciones, y la liberación cognitiva. Las oportunidades políticas provienen de cualquier evento o proceso social amplio que socave y debilite los cálculos y supuestos en los que establishment político está estructurado. Las oportunidades políticas actúan de manera más bien indirecta cambiando el reparto de de fuerzas entre el grupo desafiante al orden establecido y los ostentadores del poder. El proceso de liberación cognitiva es resultado de un proceso de enmarcamiento de la realidad que despierta en los individuos el sentimiento de la pérdida de legitimidad del sistema político y de que su participación en el movimiento social puede promover cambios significativos. (Caren, 2007: 3455-588). Una de las principales contribuciones de la teoría del proceso político ha sido la reafirmación del carácter fundamentalmente político de la acción colectiva. Realiza especial énfasis en el papel de los eventos catalizadores que debilitan los regímenes establecidos creando nuevas oportunidades para la acción exitosa de los grupos desafiantes al poder. (McAdam, 2007: 3455)

– El contexto sociopolítico y la estructura de oportunidad para los movimientos sociales en España

Según Jaime Pastor, puede considerarse al 15-M y la ola de movilizaciones posteriores en España como un novísimo movimiento social en el que «la novedad se encuentra en que se trata de colectivos con un gran número de personas que hacen su primera experiencia política y que se declaran abiertamente independientes de cualquier organización política o social, facilitando así la identificación con ellas por parte de activistas virtuales muy diversos ideológicamente.» (Pastor, 2012: 360). Siguiendo a Pastor, podemos afirmar que el contexto de oportunidad política para la movilización se produce en España con la convocatoria de elecciones municipales y autonómicas cuyas campañas electorales anodinas conectan poco con las inquietudes y preocupaciones de una ciudadanía castigada por la crisis económica y el desempleo a la par que con creciente desafección y desconfianza hacia la clase política a la que cada vez en mayor medida considera corrupta y al servicio de los intereses de «los de arriba». (Pastor, 2012: 356-360). Cabe señalar también la relación de la irrupción del movimiento en la escena política con la crisis sistémica iniciada en 2008 a escala global y como reacción a la misma, junto con el giro, siguiendo las directrices neoliberales, del gobierno presidido por Rodríguez Zapatero a partir de mayo de 2010, y siendo influido también por el «tiempo mundial» de la protesta que comienza con las revueltas árabes y se irá extendiendo hasta la jornada de acción global del 15 de octubre (Pastor, 2012: 356-377). Por otro lado, resulta innegable que el 15-M, y desde mi punto de vista las posteriores movilizaciones en forma de «mareas» o las efectuadas por la Plataforma de Afectados por las Hipotecas, asumen «los principales rasgos que caracterizan a un movimiento social: desafío, acción colectiva, conflicto, cambio, organización duradera y formas de acción principalmente no convencionales en torno a la denuncia de uno u otro marco de injusticia y con voluntad de modificar las agendas políticas y las creencias colectivas o el «sentido común» dominantes. Un movimiento que desarrolla una «política contenciosa transgresiva» (Pastor, 2012: 356-376). Siguiendo la línea de Tarrow, podemos observar, pues, en el movimiento 15M una cristalización de la protesta catalizadora de la creación y difusión de oportunidades para la acción colectiva mediante el establecimiento de modelos, marcos y estructuras de movilización, expandiendo las oportunidades del propio movimiento y de los grupos y plataformas afines, al tiempo que creando oportunidades para que las élites políticas en sintonía con algunas de sus reivindicaciones, las trasladen a su programa (Tarrow, 1997:173), tal y como ha sido el caso en España de IU. Según señalan Enrique e Ibáñez, para algunos teóricos de los movimientos de la alterglobalización actual se trata de aprovechar como oportunidad las opciones políticas abiertas por una expansión del trabajo que habría incorporado de modo generalizado en la ley capitalista de producción de valor «el trabajo intelectual, afectivo y técnico-científico». Nuevas posibilidades para el desarrollo de los movimientos resultado de la desaparición de las fronteras y los límites —siquiera simbólicos— que parecía imponer la estrechez de la concepción productivista del trabajo asociada a la condición obrera. Estas transformaciones habrían impuesto «nuevos procesos de constitución subjetiva: dentro de la crisis que experimentamos, es decir, que la organización de las viejas subjetividades experimenta». Las nuevas formas de organización que parecen asociarse al  trabajo  generalizado harían posible un nuevo espacio para la expansión de los movimientos autónomos:

«Cuando los sujetos se han tornado productores autónomos de riqueza, conocimiento y cooperación, sin necesidad de un poder de mando externo, cuando organizan la producción misma y la reproducción social, no hay razón alguna para un poder omniabarcante y soberano extrínseco a su propia potencia». (Enrique e Ibáñez, 2012: 174-175). Al mismo tiempo, conviene no perder la perspectiva de las dificultades a la participación en el proceso político en una democracia representativa derivadas de la aversión del movimiento 15M a constituirse en partido político u organización de algún modo jerarquizada y estructurada de forma representativa.

Desde el enfoque de las teorías de la democracia podemos decir que el 15-M «es un movimiento proto-democrático, que, entendido a tiempo, refuerza al propio sistema democrático, pues denuncia los envites que sufren las instituciones en unos momentos de ataques procedentes de la «excepción económica» (crisis).» (Adell, 2012: 167).

Resulta también evidente que, desde el punto de vista de la creación de capital social, las movilizaciones en España a partir del 15-M han establecido, gracias principalmente a Internet, el contexto adecuado para la multiplicación de las relaciones entre ciudadanos y organizaciones creando canales multi nodales que refuerzan y flexibilizan la comunicación de los distintos actores en la sociedad civil lo que, a su vez, permite afrontar tareas y retos que estarían muy lejos de las capacidades de un solo actor o de actores descoordinados.

– Conclusión

La emergencia de los movimientos sociales no es un fenómeno linear y predeterminado por una serie de factores o variables cuya convergencia produzca, indefectiblemente, como resultado la protesta y movilización. La movilización social es resultado de la dinámica de un sistema complejo como es el socio-político-económico y es influenciada por las crisis (tanto económicas como de valores morales), la capacidad de movilización de recursos por parte de los distintos actores sociales, su potencial para crear marcos cognitivos e identidades, el marco legal, el contexto de oportunidades propiciadas por el sistema político y represivo y la existencia o desarrollo de redes sociales que catalicen los distintos procesos y factores implicados en la dirección de la efervescencia. Desde mi punto de vista, los movimientos sociales forman parte de una sociedad civil sana ejerciendo, entre otras, las funciones de crear y trasladar a las agendas políticas y de los medios asuntos y demandas alternativos a los “oficiales” así como conflictos sociales más o menos soterrados o evidentes, lo que ayuda a garantizar el dinamismo, la apertura y la pluralidad del sistema político. Están conformados por diversas redes que reaccionan ante las distintas circunstancias sociales y políticas, al tiempo que tienen capacidad para moldearlas, a través de los distintos mecanismos de protesta, creación simbólica y comunicación de ideas. Su dinámica se basa en la auto organización y en la continua auto producción de estructuras de protesta y movilización a través de la actividad continuada que permite la emergencia de nuevos métodos de protesta y participación. En el caso de la movilización social a partir del 15-M en España, estoy de acuerdo con Castells en que aunque su efecto inmediato en el terreno político pueda parecer escaso, su principal logro, como en el caso de otros movimientos a lo largo de la historia, ha sido cambiar las conciencias de las personas a través de la participación, el pluralismo y la esperanza de que otras formas de hacer política, a través de una democracia más auténtica, abierta, participativa, sustantivada y legítima, son posibles. El contexto socio político español está caracterizado por una creciente insatisfacción y desafección ciudadana respecto a las instituciones democráticas y del estado motivado, entre otros factores en mi opinión, por el predominio en el poder de unas élites políticas mediocres, corruptas o cooptantes con el poder corporativo y financiero nacional y transnacional, al que, en demasiados casos, pertenecen, han pertenecido y volverán a pertenecer una vez acabada su misión como cargos políticos merced a los consabidos mecanismos de puertas giratorias. Dicha situación de desesperanza y descreimiento en la política, se agrava con las consecuencias, cada vez más crudas, de una crisis que muchos percibimos más como una guerra, planificada o no, económica de las plutocracias financieras internas y transnacionales contra el Estado democrático y social y las clases medias y trabajadoras. Además la adopción constante de políticas de, mal llamada, “austeridad” y recortes sociales de todo tipo, al dictado de la conveniencia del gobierno Alemán del CDU a través de la Unión Europea, continúan teniendo como efecto un empeoramiento de la situación económica, un incremento continuado del desempleo, una disminución constante de los salarios reales, la práctica imposibilidad de emancipación para los jóvenes, una disminución constante de la inversión en sanidad y educación y un decremento de los distintos servicios de aseguramiento y protección social prestados por el Estado, por lo que podemos concluir que el contexto socio político, pese a la creciente represión por parte del gobierno en España, proporciona y proporcionará durante un largo periodo, motivos sobrados para la protesta y la movilización social así como la emergencia y consolidación dinámica en el tiempo de movimientos sociales que irán transformándose de acuerdo con las oportunidades, circunstancias y asuntos relevantes del momento.

La continuidad en el tiempo de estos movimientos dependerá de la superación del pesimismo y la desesperanza por parte de la ciudadanía así como de las habilidades de la misma para aprovechar las oportunidades que el contexto a nivel macro (socio- político-económico) pueda brindar a los movimientos. Las posibilidades de éxito de estos, en nuestro actual contexto, dependerán de conservar la legitimidad social a través de la coherencia con sus principios manteniéndose alejados de expresiones violentas y de la identificación con un determinado partido político.

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SOBRE PARTIDOS POLÍTICOS Y CORRUPCIÓN

ImageDonatella Della Porta publicó en 2004 un interesantísimo artículo en Crime, Law & Social Change 42: 35–60 titulado “Political parties and corruption: Ten hypotheses on five vicious circles” donde analiza las características  de los partidos y sistemas de partidos que favorecen la propagación de la corrupción.

Deseo compartir aquí algunas conclusiones y reflexiones extraídas de su lectura.

Aunque la corrupción también puede desarrollarse en los partidos de masas con fuerte componente ideológico, en las democracias avanzadas parece estar ligada mayormente a las estructuras partidistas más y más oligárquicas, a un descenso en la afiliación, a la reducción de los roles desempeñados por los activistas y los afiliados y a dirigentes profesionalizados. Robert Michels en su obra Los partidos políticos describió cómo las organizaciones políticas dejan pronto de ser un instrumento para alcanzar determinados fines socioeconómicos vinculados con el Interés General y el Bien Común desplazando sus objetivos para transformarse en un fin en sí mismo. Definió la conocida como “Ley de Hierro de las Oligarquías” basándose en tres argumentos principales: Por un lado, cuanto más grandes se hacen las organizaciones, más se incrementa su grado de burocratización al tender a especializarse y a aumentar la complejidad de sus decisiones. Los individuos que conocen, por diversas circunstancias, los modos y maneras de lidiar con los temas complejos se van volviendo imprescindibles conformando así una “élite”. Por otro lado, estos individuos están especialmente interesados en promover y alimentar el desarrollo de una dicotomía entre eficiencia y democracia interna convenciendo a los activistas de que para una mayor eficiencia de la organización se precisa de un liderazgo fuerte e incontestado. Finalmente, la propia dinámica psicológica de las masas de afiliados hace deseable el liderazgo puesto que, por uno u otro motivo, tienden a mostrarse apáticas e ineptas para resolver problemas por sí mismos, son agradecidos con los líderes que pueden repartir migajas más o menos gruesas de poder y riqueza tendiendo, además, al culto a la personalidad.

Así, el rol de los afiliados ha ido cambiando progresivamente del status de “razón de ser” de los partidos a meros recursos de financiación, caladeros de servicios y legitimación formal estética de un funcionamiento democrático más aparente que real. Pasando a ser, cada vez en mayor medida, maquinarias de uso personal al servicio del líder. Aunque los líderes puedan estar interesados en atraer ciertas clientelas controlables al partido para cubrir ciertos servicios, estas estarán lejos de poder o tener interés en fiscalizar el funcionamiento del partido y las decisiones de sus líderes, siendo un hecho demostrado que la corrupción se desarrolla con mucha mayor facilidad en organizaciones cuyos miembros y afiliados no supervisan su funcionamiento o no son sensibles a los incentivos ideológicos y morales para la acción colectiva. La corrupción emerge más facilmente en el seno del partido cuando este pierde su carácter ideológico y de masas. Los bajos niveles de militancia real y arraigo en la sociedad, un alto nivel de personalismo y el pragmatismo han sido citados como factores explicativos de la corrupción en España. Los partidos españoles provienen de los partidos de notables de comienzos del pasado siglo habiendo prescindido de una verdadera etapa como partidos de masas. Por ello tienden a ser crecientemente oligárquicos con un progresivo divorcio entre los líderes y los miembros de base al tiempo que muestran un nivel de esfuerzo real muy pequeño en reclutar a verdaderos afiliados y activistas. No obstante, pese a su escaso número de afiliados, los partidos políticos tienen grandes y costosas estructuras organizativas con muchos “funcionarios” y cargos a sueldo lo que provoca que tengan que recurrir, por un lado, a las arcas del Estado para su financiación y, por el otro, a las donaciones en A y en B de lobbies y empresas a cambio de favores, no siempre confesables, una vez conseguida alguna cuota de poder en algún ámbito.

Incluso en países en los que puede observarse el desarrollo de partidos que podemos considerar como de masas, el aumento de la corrupción coincide con el declive de los vínculos ideológicos entre el partido y sus votantes y activistas. Una de las consecuencias de la pérdida del carácter ideológico de los partidos políticos ha sido el incremento de las “intrigas” pragmáticas y la búsqueda de objetivos y “negocios” de carácter no ideológico que no solo han conducido a su progresiva desideologización sino también a la proliferación y legitimación del arribismo y el diseño de carreras individuales. La corrupción política se incrementa cuando los partidos se transforman en organizaciones de pobre activismo, participación y afiliación reales donde los verdaderos emprendedores políticos honestos afrontan serios problemas financieros, de acceso a los recursos controlados por las nomenclaturas de la élite y organizativos.

Sin legitimidad real para movilizar a un electorado estable, sin miembros y simpatizantes capaces de enfrentarse a una clase política y élites internas que, carentes de motivaciones ideológicas, contemplan el enriquecimiento como el único incentivo selectivo para la política, los partidos políticos se convierten en el caldo de cultivo ideal para un amplio rango de prácticas corruptas. Por ejemplo, se empiezan a seleccionar a aquellos individuos más “competentes” para la organización de la financiación ilegal alterando, de forma más o menos evidente y/o directa, los mecanismos para seleccionar al personal político y burocrático a favor de los individuos con menos escrúpulos que estén dispuestos a “invertir” en crear y comerciar con influencias. El sentido de pertenencia y afiliación a un partido resulta así alterado. La gente deja de afiliarse altruistamente para contribuir voluntariamente al trabajo a favor del partido que defiende una determinada interpretación del Bien Común, sino que lo hacen para ser admitidos en la competición por posiciones en las que alcanzar intereses privados. Los mecanismos de filtrado son diseñados entonces para el aseguramiento de que el futuro cargo político sea una persona con las habilidades especiales necesarias y dispuesta a participar en prácticas ilícitas o que, al menos, se “comporte de manera responsable” y no plantee objeciones morales cuando se entere de alguna irregularidad relacionada con prácticas corruptas o sospechosas dentro del partido.

Resulta evidente, por otro lado, que el fenómeno de la corrupción casa a la perfección con los enormes costes de las faraónicas campañas electorales que deben afrontar los grandes partidos para colocar en el mercado electoral su candidato-producto. Costes que, probablemente, haya muchas personas y actores interesados, dentro y fuera del entorno partidista, en que no se reduzcan y continúen incrementándose para crear el fermento y la necesidad de las amplias y, muchas veces, complejas prácticas corruptas amparadas en la excusa de la necesidad de financiación.

La corrupción produce, de hecho, un sistema de valores orientado a la consecución de objetivos individuales a través de interacciones basadas en beneficios extrínsecos a una concepción de la política éticamente aceptable o instrumentales al tiempo que desincentiva las relaciones “ideológicas” basadas en beneficios de corte moral o expresivo. Así, las prácticas corruptas reducen la capacidad de los partidos para movilizar recursos ideológicos y distribuir incentivos moralmente admisibles a la participación. De este modo, se contribuye a la monetarización y parcelación del poder interno en el partido (las lealtades se compran y se venden a cambio de poder, favores, cargos o dinero) transformando al mismo en una serie de clanes en permanente estado de guerra interna en el que la “ideología” o el servicio al ciudadano son vistos (cuando no hay público ni eso) como meras cortinas de humo tras las que ocultar maquinaciones y objetivos poco presentables.

Una importante característica de los principales partidos en cuanto a número de votos es su disposición y tendencia real, más allá de las poses estéticas, a confabularse, de formas más o menos tácitas, en el importante asunto de la financiación de sus maquinarias tanto a través de los fondos públicos y de las donaciones privadas en “A” y en “B”, como del trascendental asunto del control y fiscalización efectivos de sus estados de cuentas por parte de los tribunales, las instituciones y la ciudadanía. Resulta lógico pues, que a falta de unos mínimos escrúpulos morales y democráticos, las élites de estos partidos coopten y encuentren diversos medios para manejar y administrar la realidad de la corrupción minimizando los efectos dañinos, tras las “reglamentarias” alharacas de fogueo ante los medios de comunicación, de los escándalos en que se ven envueltos. Eso los protege de una escalada incontrolada de denuncias en la que se puede ver amenazado el status quo del sistema de partidos que mantiene a los grandes en posición predominante.

Es necesario tener muy presente que la corrupción política muy, muy raramente se trata de un negocio o intercambio puramente individual. En los sistemas democráticos, la división de los poderes públicos hace que sea habitualmente imposible para un solo actor, cargo o individuo ofrecer los servicios demandados por el corruptor que, frecuentemente, han de ser prestados a través del tiempo y los avatares electorales. Cuando la corrupción es conocida, practicada o consentida por varios agentes políticos en colaboración, más o menos evidente o demostrable,  se hacen necesarios acuerdos ocultos entre los partidos y cierta administración coordinada del poder para evitar los riesgos de denuncias o los provenientes de los “free-riders” o políticos decentes que se niegan a amparar con su silencio las prácticas corruptas. Estos acuerdos se basan a veces, por ejemplo, en una determinada distribución de contratos públicos entre distintas empresas en base al color de sus “donaciones” o “querencias” políticas, o distribuyendo beneficios de acuerdo con la fuerza electoral de los partidos involucrados. En general, los grandes partidos cooptantes en cuanto al uso de grandes cantidades del erario y receptores de los beneficios proporcionados por la corrupción, manifiestan una solidaridad recíproca cuando los escándalos verdaderamente trascendentes relacionados con la financiación de los partidos emergen. Esta “conspiración del silencio” opera especialmente entre los líderes de los distintos partidos más allá de los agrios y violentos conflictos escenificados ante los medios de comunicación. Para sobrevivir, todos deben simular respetar las reglas del juego público mientras silencian y se mantienen fieles a las reglas de su juego oculto. Esta comunidad de intereses dificulta en buena medida el correcto funcionamiento del sistema de pesos y contrapesos y los mecanismos usuales de control asociados, al menos en teoría, con los sistemas competitivos de partidos, reemplazándolos por pautas de acuerdos tácitos y mejoras de los privilegios mútuos.

El control de un determinado partido sobre las administraciones públicas incrementa los recursos susceptibles de ser invertidos en corrupción, reduciendo al mismo tiempo la posibilidad de controles mutuos entre los cargos de designación política y los funcionarios de carrera. La fuerza o debilidad de los partidos puede ser medida de dos maneras, bien a través de su capacidad para proporcionar ventajas, cargos y sinecuras al aparato del partido y sus colaboradores, o bien a través de su capacidad para transmitir, articular y materializar en resultados las demandas de los representados. La corrupción suele hallarse negativamente correlacionada con el segundo tipo de poder del partido e infecta con mucha mayor frecuencia ante la carencia de programas a largo plazo, recursos ideológicos e incentivos morales o expresivos a la participación. De esta forma, en los sistemas representativos con altos índices de corrupción, el peso electoral se emplea principalmente para determinar la proporción y cantidad de botines, cargos y sinecuras a la disposición de las élites de los partidos para distribuir entre sus clientelas empleando sistemáticamente el control de la maquinaria de las distintas administraciones del Estado para recompensar, a través de empleo público (por ejemplo), a los afiliados y simpatizantes por su fidelidad y apoyo en diversos ámbitos.

El declive de la capacidad de llamamiento al Bien Común y con ello el deterioro de la legitimidad sustantiva, incrementa la necesidad de clientelas personales mientras que la corrupción reduce la capacidad de los partidos para agregar, articular, transmitir y gestionar los intereses colectivos. Todo ello altera radicalmente el potencial de los partidos para identificar e interpretar las necesidades y deseos de la ciudadanía; seleccionar y abstraer aquellos que pueden ser expresados en términos políticos; proponer, justificar y criticar políticas o medidas para conseguir dichos objetivos o, cuando es necesario, para explicar por qué estos no pueden ser satisfechos. En lugar de priorizar la satisfacción de la voluntad ciudadana o el Interés General, los partidos corruptos toman sus decisiones en términos de la consecución de sobornos de alguna clase. Cuando la corrupción está arraigada en el sistema, para los partidos, el manejo a discreción de los fondos públicos se convierte en un objetivo en sí mismo, entonces, las acciones de los cargos políticos corruptos distorsionan seriamente la actividad administrativa, los trabajos y proyectos son contratados exclusivamente en función del grado de seguridad y facilidad con los que los sobornos y “donaciones” pueden ser recaudados y no en base de criterios técnicos o económicos destinados a salvaguardar el Erario. De hecho, el objetivo de los administradores corruptos es atraer hacia el partido y/o hacia el propio bolsillo cuantos recursos sean posibles desde las áreas donde tienen poder, obteniendo por ello en agradecimiento, mientras puedan mantenerse al margen de investigaciones judiciales, poder y reconocimientos crecientes en el seno de las maquinarias partitocráticas. Así, el gasto público tiende a desviarse hacia los sectores en los que los beneficios por corrupción son mayores y los riesgos de poder ser demostrados los delitos menores prestándose un interés decreciente a las necesidades de la ciudadanía.

La corrupción es sistémica cuando lo ilícito se convierte en norma y la corrupción es tan común y está tan institucionalizada que aquellos que la aceptan y practican se ven recompensados mientras que aquellos que actúan según el espíritu del Ordenamiento Jurídico de un Estado de Derecho democrático y según los imperativos morales que deben regir lo público, lo social y lo personal se ven penalizados y discriminados.

Resulta fácil percibir cuándo los partidos políticos ocupan la sociedad civil no con la intención de diseñar y ejecutar programas políticos a largo plazo sino con la intención de asegurarse la extracción de diversas rentas parasitarias. La ocupación de la administración pública permite a los partidos asegurarse la continuidad y difusión del juego de la corrupción a través de distintas áreas geográficas, administraciones y sectores. Controlando el acceso a los diferentes organismos públicos, los partidos corruptos se aseguran de que la corrupción se consolide como una práctica establecida con normas aceptadas, consolidada en el tiempo más allá de cambios en los cargos de designación política en los diferentes puestos. A través de este mecanismo, entre otros, los partidos recompensan a aquellos que colaboran y penalizan a aquellos que no están dispuestos a jugar el juego de la corrupción.

Mientras que en las transacciones legales las leyes protegen a las partes contratantes de posibles trasgresiones contractuales, en el mercado de lo ilegal otros actores deben asumir esta función. Los partidos políticos corruptos representan uno de esos actores cuya función es reducir los costes y riesgos de los negocios ilegales. La presencia del partido en las administraciones ofrece a los diversos participantes en transacciones ocultas la posibilidad de distribuir sanciones entre los incumplidores de los acuerdos. Más allá de eso, los partidos corruptos socializan las reglas del juego ilegal permitiendo que el sistema de transacciones ocultas se expanda y facilitando la corrupción al reducir las barreras morales contra las acciones antidemocráticas e ilegales. La afiliación a un partido político y la experiencia de la vida política en general posee efectos socializadores que tienden a convertirse en parte constitutiva de la identidad de la persona e incluso de sus principios morales. Un miembro de una asociación política puede recibir reconocimiento por sus capacidades técnicas o culturales; sus cualidades éticas y morales; su lealtad o conformismo en asuntos ideológicos; lealtad a un determinado líder; astucia; agresividad o falta de escrúpulos para deshacerse de adversarios externos o internos respectivamente; capacidad para establecer lazos con la sociedad, o capacidad para proporcionar fondos al partido. La calidad moral del partido variará de acuerdo con el criterio prevalente de reconocimiento individual y, de este modo, la corrupción en el seno de los partidos, genera valores corruptos que, a su vez, se convierten en los genes de la corrupción que retroalimentan la podredumbre de la organización.

¿Seremos capaces los ciudadanos de romper la cadena, deshacer el nudo Gordiano de la corrupción y darnos unos partidos políticos sanos, participativos y democráticos capaces de interpretar y articular la voluntad general ciudadana con el objetivo de alcanzar algún tipo de concepción de Bien Común e Interés general?

¿Serán capaces las nomenclaturas y cargos orgánicos de nuestros partidos de mostrar un mínimo de altura moral o simplemente de decencia para enfrentarse a la corrupción decididamente, sin treguas, concesiones, silencios cómplices o miradas hacia otro lado?

Personalmente he decidido mantener la esperanza y la lucha en la medida de los medios a mi alcance. Necesitamos también vuestra esperanza y vuestra lucha. JUNTOS PODEMOS.

REDES CLIENTELARES Y FUNCIONAMIENTO DE LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Me apetece poner hoy el foco en las redes clientelares uno de los cánceres que junto con el de la financiación opaca de los partidos, corrompe la calidad y legitimidad de nuestro sistema representativo, convirtiendo a los partidos políticos cuya función, entre otras, debiera ser articular la voluntad de la ciudadanía en la dirección de una determinada concepción del Interés General, en una suerte de zoco de intereses particulares o de camarillas, las más de las veces, poco confesables.

Las redes de patrón-cliente están formadas por individuos de diferente estatus social con el objetivo de obtener un provecho mutuo. Los lazos patrón-cliente involucran, en un enfoque simplificado, a dos personas, en relaciones relativamente cercanas, en las que los individuos de mayor estatus social o poder político (los patrones) utilizan sus recursos y poder para otorgar beneficios materiales, cargos relativamente bien remunerados o proporcionar cierto tipo de seguridad a los individuos de menor estatus social o influencia (los clientes). En compensación, los clientes ofrecen apoyo político, votos y servicios de distinta índole además de ciertos trabajos no remunerados  a su patrón.

El reclutamiento y la movilidad ascendente dentro de los partidos políticos suelen llevarse a cabo a través de estas redes jerárquicas de relaciones patrón-cliente, en la que los aspirantes a cargo o sinecura en los diversos niveles organizativos, desde la base hasta la clave de la pirámide jerárquica, rinden servicio como clientela de políticos o cargos con más poder y mejor establecidos, gracias a su vez a prestar y haber prestado apoyos, no siempre confesables, a otros más altos en la jerarquía de la organización partitocrática.

Los lazos patrón-cliente están construidos tanto por motivos instrumentales como, en algunos casos, por motivos emocionales. Cabe debatir la extensión en la que estos lazos están constituidos en base a cierta norma de reciprocidad en la que los clientes valoran el carácter personal y permanente de la relación y expresan profundos sentimientos de lealtad hacia el patrón o, más bien, basados en el miedo de los clientes a que los beneficios distribuidos por el patrón sean interrumpidos al dejar de bendecir al cliente con su apoyo. Podemos observar, por tanto, que las relaciones entre el patrón y el cliente son a la vez voluntarias y de explotación a causa del carácter asimétrico del nexo de unión y la distribución de información y poder entre ellos.

En contraste con las normas formales de ciudadanía en los regímenes políticos más modernos que subrayan el universalismo y la igualdad en el acceso a la información y los recursos públicos, los lazos entre el patrón y su clientela son altamente personales y particularistas; de hecho, estas relaciones clientelares tienen valor para ellos porque les permiten eludir las normas universalistas de las sociedades modernas permitiéndoles acceder a los recursos públicos de forma ventajosa y opaca.

Estas redes clientelares operan de forma más efectiva allí donde el patrón -sea éste un individuo, una organización o un partido político- puede comprobar que su cliente ha cumplido con su parte del quid pro quo, ya sea votando al candidato pre cocinado y designado por el líder, apoyando a la facción del patrón en las luchas internas de poder o trabajando de diversas formas para su campaña.

El voto secreto, si es realmente confidencial, puede socavar las relaciones clientelares, sin embargo, dado que los patrones suelen tener múltiples clientes – frecuentemente desconocidos unos para otros ya que las relaciones tienden a ser de carácter vertical y diádico- pueden tener modos de comprobar qué clientes en concreto han proporcionado el apoyo requerido.

Las existencia de redes clientelares implican que el apoyo del cliente puede ser comprado de uno u otro modo lo que sugiere que los clientes son relativamente más pobres (ya sea económica, intelectual o jerárquicamente) que sus patrones. Paralelamente, los patrones o los partidos políticos que como tales actúan deben tener acceso a recursos significativos y divisibles para poder distribuir selectivamente según su arbitrio.

Como cualquier conocedor medio de la realidad interna de los partidos políticos puede comprobar, los cargos de designación política que ejercen como patrones en su nivel de influencia, prefieren rodearse de clientelas fácilmente controlables y manipulables ya sea debido a unas capacidades intelectuales y morales reducidas en relación a su patrón o debido a su implicación en casos de corrupción, ilegalidades, fraudes o irregularidades (muchas veces relacionadas con la financiación del partido o encubiertas tras ella) cuya salida a la luz pudiese ocasionarles inconvenientes de diverso tipo y gravedad.

La alta discreccionalidad en la contratación, directa o indirecta a través de empresas ad hoc, de personal laboral o eventual por parte de las distintas administraciones públicas permite a los partidos utilizar estos  empleos públicos  como parte del botín a distribuir entre la clientela en función de los servicios prestados.

Los partidos políticos que se comportan de facto como poco más que un tejido de relaciones clientelares tienden a ser ideológicamente inconsistentes más allá de los clichés genéricos de argumentario, políticamente incoherentes, y dotados de cierto grado de debate interno únicamente cuando al estar en la oposición el botín a repartir entre las diversas clientelas deviene escaso y disputado. Otro mecanismo muy empleado por los partidos políticos que funcionan con un alto grado de clientelismo es la creación de diversos tipos de fundaciones controladas por ellos para producir, distribuir o prestar a través de estas redes ciertos bienes o servicios para poder instrumentalizarlos en lugar de optar por una provisión pública y transparente de estos bienes y servicios.

Os propongo el pasatiempo de encontrar ejemplos que ilustren el contenido de esta entrada en nuestros principales partidos políticos. Con PP, PSOE y CiU (evidentemente no en exclusiva), hay un material inabarcable y bochornoso tanto a nivel local como provincial, autonómico o estatal. Particularmente, en mi caso, no daría a basto para reseñar los ejemplos derivados del conocimiento de algunas de las realidades políticas en Calviá, Baleares, el Consell Insular de Mallorca y el resto del Estado.

¿Y vosotros?

TEORÍA DE LA JUSTICIA ORGANIZACIONAL

"Ecuación" de la motivación

La motivación para el trabajo explica por qué los empleados o miembros de una organización determinada se comportan como lo hacen. Existen principalmente cuatro teorías sobre la motivación en el trabajo, la teoría de la necesidad, la teoría de las expectativas, la teoría de la equidad y la teoría de la justicia organizacional.  Estas teorías nos proveen de enfoques complementarios para la comprensión y la gestión de la motivación en las organizaciones. En esta entrada nos centraremos en el enfoque de la justicia organizacional. Evidentemente, las conclusiones sacadas del estudio y la observación del ambiente laboral y empresarial, son fácilmente extrapolables, mutatis mutandis, a cualquier organización humana que pretenda conseguir unos determinados objetivos o resultados en un entorno con recursos escasos y distribuyendo recompensas de algún tipo entre los miembros del grupo en función de sus aportaciones reales o potenciales.

La percepción de miembros y empleados sobre la justicia global, la transparencia y el juego limpio en sus organizaciones, es cada vez más reconocida como un importante determinante de la motivación de los miembros y empleados, de sus actitudes y sus comportamientos. La Teoría de la Justicia Organizacional no se refiere a una teoría única por sí misma, sino que describe un grupo de teorías que se centran en la naturaleza, los factores determinantes y las consecuencias de la justicia en la organización. Sobre la base de este grupo de teorías, los investigadores han identificado cuatro formas de  justicia organizacional: la justicia distributiva, la justicia procedimental, la justicia interpersonal y la justicia informativa.

La Teoría de la justicia organizacional aborda la siguiente cuestión acerca de la motivación: ¿Son los procedimientos utilizados para evaluar los insumos y el rendimiento y distribuir los resultados percibidos como justos, son tratados los empleados con dignidad y respeto, dan los gerentes, administradores, directores o mandos intermedios las explicaciones adecuadas de sus decisiones y los procedimientos utilizados para llegar a ellas? La teoría de la justicia organizacional propone que los empleados y miembros de una organización no estarán motivados a contribuir con sus aportaciones a menos que perciban  el uso de procedimientos justos para distribuir los resultados de la organización y que serán tratados con justicia por los directivos. Estos procedimientos incluyen los utilizados para evaluar los inputs deseados o requeridos, determinar el nivel de rendimiento alcanzado, y luego, en consecuencia, distribuir los resultados. Cuando estos procedimientos son percibidos como injustos y los empleados se sienten tratados injustamente, la motivación sufre porque todas las relaciones en la ecuación de la motivación se debilitan: la inversión de  inputs, la determinación del rendimiento, y en última instancia, la distribución de los resultados.

FORMAS DE JUSTICIA ORGANIZACIONAL

Debido a que la teoría de la equidad se centra en la distribución equitativa de los resultados a través de los empleados para alentar altos niveles de motivación, es frecuentemente denominada como teoría de la justicia distributiva. La justicia distributiva, la percepción de justicia de la distribución de los resultados en las organizaciones, tales como los sueldos, promociones y condiciones de trabajo y tareas deseables y atractivas, es un importante contribuyente a una percepción más general de justicia en la organización.

La justicia procedimental se refiere a la percepción de justicia de los procedimientos utilizados para tomar decisiones sobre la distribución de los resultados y beneficios. No haciendo tanto hincapié en la distribución real de los resultados. Las decisiones de procedimiento se refieren a cómo se evalúan los niveles de rendimiento , cómo se gestionan las quejas o disputas  (si, por ejemplo, un empleado no está de acuerdo con la evaluación de un gerente sobre su rendimiento), y cómo los resultados (como los aumentos de sueldo) se distribuyen. Las percepciones de los empleados son de importancia fundamental para la justicia procesal. Las reacciones de los empleados ante los procedimientos depende del grado de justicia que ellos perciben en ellos más que en la justicia, equidad y transparencia real de dichos procedimientos aunque, huelga decir que, evidentemente, cuanto más justos, equitativos y transparentes sean unos procesos en la realidad, con tanta mayor facilidad serán percibidos como tales por empleados y miembros de una organización o empresa.

La teoría de la justicia procedimental sostiene que los empleados están más motivados para desarrollar un alto nivel de rendimiento cuando perciben que los procedimientos utilizados para tomar decisiones sobre la distribución de los resultados son justos. En otras palabras, estarán más motivados si piensan que su desempeño será evaluado con exactitud. Por el contrario, si los empleados piensan que su rendimiento no será evaluado con exactitud debido a que el supervisor no es consciente de sus contribuciones a la organización o deja que sus sentimientos personales afecten las evaluaciones, los empleados no estarán tan fuertemente motivados para asumir altos niveles de rendimiento.

Los empleados pueden percibir que la justicia procedimental es alta cuando pueden participar en los procedimientos utilizados para determinar la distribución de los resultados en una organización y cuando tienen la oportunidad de expresar sus propios puntos de vista y opiniones.

También probable que el grado de justicia procedimental sea alto, cuando los trabajadores perciben que los procedimientos se emplean  de manera consistente con los empleados (por ejemplo, todos los empleados con el mismo trabajo son evaluados en su desempeño por el mismo procedimiento); la información es cuidadosa, solvente y exacta (por ejemplo, los datos numéricos, tales como las cifras ventas están libres de errores), y los procedimientos son imparciales (por ejemplo, los supervisores no permiten que sus preferencias personales influyan en sus juicios). Además, tener la oportunidad de apelar los juicios  y decisiones tomadas, así como saber que los procedimientos utilizados en una organización se adhieren al código ético organizacional promueve la justicia procesal.

La justicia interpersonal hace referencia a la percepción de justicia de los empleados en el trato interpersonal que reciben de aquellos que tienen el poder y la facultad para  distribuir los resultados (por lo general directivos y gerentes). Es importante para los gerentes ser cortés y educado y tratar a los empleados con dignidad y respeto para promover la justicia interpersonal. Además, los directivos y gerentes deben abstenerse de hacer comentarios despectivos o menospreciar a sus subordinados.

La justicia informativa o informacional, se refiere a las percepciones de los empleados de la medida en que los directivos  explican y comparten sus decisiones, los procedimientos utilizados para llegar a ellas así como el esfuerzo realizado en materia de comunicación y explicación de las mismas. Por ejemplo, los gerentes pueden explicar a los empleados (1) cómo evalúan los inputs, incluyendo el tiempo, esfuerzo, educación y experiencia laboral previa, (2) cómo evalúan el desempeño y (3) cómo se decide la distribución de los resultados. Cuando los gerentes describen los procedimientos que utilizan para distribuir los resultados de una manera honesta, directa y oportuna, cuando sus explicaciones son a fondo y cuando los subordinados perciben estas explicaciones que se facilitan son fundadas y solventes, la percepción de la justicia informacional tiende a ser alta.

CONSECUENCIAS DE LA JUSTICIA ORGANIZACIONAL

Las percepciones de justicia organizacional (es decir, la justicia distributiva, la justicia procedimental, la justicia interpersonal y la justicia iniformacional) pueden tener amplias ramificaciones para la motivación de los empleados, sus actitudes y comportamientos. Puede conseguirse un buen control sobre algunas de las posibles consecuencias de la justicia organizacional, teniendo en cuenta las implicaciones de la justicia procedimental respecto a las expectativas y la equidad.

La teoría de expectativas afirma que los individuos se sienten motivados para esforzarse cuando creen que (1) sus iniciativas se traducirán en la consecución de un nivel satisfactorio de rendimiento y  que (2) sus actuaciones se traducirán en los resultados deseados, tales como incremento salarial o  promoción en la empresa. Supongamos, sin embargo, que una organización tiene un problema con la justicia procedimental, y sus empleados no perciben que los procedimientos utilizados para distribuir los resultados son justos. Más concretamente, supongamos que los empleados creen que el sistema de evaluación del desempeño es inexacto y sesgado, por lo que el rendimiento de  alto nivel no garantiza una evaluación de la actuación como buena y un bajo rendimiento ha sido evaluado según el procedimiento como dentro del rendimiento medio. En esta organización, los empleados pueden creer que son capaces de rendir a un nivel alto, pero no pueden estar seguros de que sus resultados recibirán una calificación de alto rendimiento, con la recompensa acorde, debido a que el sistema de evaluación es injusto. Los empleados no estarán motivados para invertir un gran esfuerzo en el trabajo si piensan que su rendimiento no será evaluado con precisión y de manera justa y que no recibirá los resultados que ellos piensan que se merecen.

Desde la perspectiva de la teoría de la equidad, la motivación también se resentirá cuando las percepciones de justicia procedimental sean bajas. Los empleados pueden creer que sus aportaciones a la organización no va a ser justamente evaluadas o que los resultados no serán distribuidos en base a las aportaciones relativas de cada uno. Bajo estas circunstancias, los empleados no estarán motivados para hacer aportaciones extra, porque no hay garantía de que estas vayan a traducirse  en las recompensas que ellos consideran merecer.

La percepción de justicia procedimental es especialmente importante cuando los resultados, como salarios y beneficios, son relativamente bajos, es decir, cuando hay pocas recompensas para distribuir entre los empleados. Cuando las personas obtienen altos niveles de recompensas, posiblemente las considerarán justas independientemente de si los procedimientos establecidos para la distribución de las mismas son realmente equitativos. Sin embargo, con un bajo nivel de recompensas, suponiendo que ellos son los que las reciben, solamente se perciben como equitativas sólo si los procedimientos utilizados para su distribución son realmente justos.

Generalmente, la justicia organizacional se encuentra positivamente asociada con la satisfacción laboral, el compromiso organizacional, el desempeño del trabajo y el comportamiento como «ciudadano» de la organización; y negativamente con el absentismo y las intenciones de cambio de empleo. La investigación también sugiere que cuando las percepciones de justicia organizacional son bajas, hay un mayor potencial para que se produzcan y desencadenen conductas laborales contraproducentes. Comportamientos contraproducentes en el trabajo son aquellas conductas que violan los valores de la organización y las normas y tienen el potencial de dañar a individuos y organización en su conjunto. Estos comportamientos pueden variar desde infracciones relativamente menores, como pérdida de tiempo y gasto innecesario de recursos hasta infracciones mucho más graves como el robo, el sabotaje o abusos verbales o/y físicos, no siempre fácilmente detectables.

TEORÍA DE JUEGOS E INTERACCIÓN ESTRATÉGICA

Un juego es una situación que involucra a dos o más agentes decisores  (llamados jugadores), donde (1) cada jugador se enfrenta a una elección entre al menos dos opciones de comportamiento(2) cada jugador se esfuerza por maximizar la utilidad (es decir, lograr la mayor rentabilidad posible), y (3) la ganancia obtenida por un jugador dado depende no sólo de la opción que él o ella elige, sino también de la opción u opciones seleccionadas por el otro u otros jugadores. En casi todos los juegos, algunos o todos los jugadores involucrados tienen, total o parcialmente, intereses opuestos, lo que hace que el comportamiento de los jugadores tienda a ser proactivo y estratégico.

La teoría de juegos es una rama de las matemáticas aplicadas que  trata rigurosamente el tema del comportamiento óptimo en juegos de dos personas y de n personas. Sus orígenes se remontan al menos a 1710, cuando el matemático y filósofo alemán Leibniz previó la necesidad de una teoría de los juegos de estrategia. Poco después, James Waldegrave formuló el concepto de maximin, un importante criterio de decisión  para la teoría de juegos. En su libro Física Matemática, Edgeworth  hace explícita la similitud entre los procesos económicos y los juegos de estrategia. Más tarde, teóricos como Zermelo  señalaron proposiciones especiales para ciertos juegos (por ejemplo, el ajedrez). Sin embargo no fue hasta los trabajos de Borel y von Neumann, cuando se sentaron las bases para la aparición de una verdadera teoría de juegos. Un hito de la era moderna, la Teoría de Juegos y del Comportamiento Económico de von Neumann y Morgenstern,  amplió la teoría de juegos a los problemas que implican más de dos jugadores. Luce y Raiffa publicaron en 1957 el primer libro de texto ampliamente utilizado en teoría de juegos.

Más allá de su estatus como una rama de las matemáticas aplicadas, la teoría de juegos sirve a los científicos sociales como una herramienta para el estudio de situaciones e instituciones con múltiples agentes decisores. Algunas de estas investigaciones son empíricas  mientras que otras son principalmente de carácter analítico. Las variables dependientes de interés primordial  en los juegos incluyen la asignación de las recompensas y los costes (payoffs) y la formación de coaliciones (es decir, cuáles de las varias posibles alianzas entre los actores se presentan en un determinado juego.) Otros enfoques incluyen si los resultados de un juego son estables o no, si los resultados son en conjunto eficientes o no y si los resultados son justos o no en algún sentido específico.

CONCEPTOS BÁSICOS DE LA TEORÍA DE JUEGOS

La teoría matemática de juegos ofrece tres herramientas principales que ayudan en el análisis de los problemas de decisión multipersona. Estos incluyen un marco descriptivo, una tipología de los juegos, y una variedad de conceptos de solución.

Marco descriptivo.

Como base, una descripción de cualquier juego requiere una lista de todos los jugadores, las estrategias disponibles para cada jugador, los resultados lógicamente posibles en el juego, y las recompensas de cada resultado para cada jugador. En algunos casos, la descripción de un juego también incluye una especificación de la secuencia dinámica de juego y de la información (posiblemente limitada o incompleta)  disponible para los jugadores. Los rendimientos (payoffs) en un juego se expresan en términos de utilidad, lo que proporciona un medio estándar de comparar los resultados diversos.

Un analista puede modelar o representar un juego de varias formas: Forma extensiva representa todas las posibles estrategias de los jugadores en un formato de árbol. Es especialmente útil para los juegos de modelado en los cuales el juego se produce por etapas o a lo largo del tiempo. Forma estratégica (también denominada forma normal o una «matriz de ganancia», «payoff matrix») muestra los beneficios de los jugadores en función de todas las combinaciones de estrategias. Forma de función característica, lista las ganancias mínimas garantizadas para cada una de las coaliciones en un juego. Mientras que las formas normal y extensiva se refieren a prácticamente todos los tipos de juegos, la forma de función característica se refiere sólo a los juegos cooperativos (es decir, juegos que permiten las coaliciones).

Tipología de Juegos.

La segunda herramienta para una teoría de juegos es una tipología general de ellos. Esta tipología proporciona un medio para codificar o clasificar juegos vis-a-vis uno en relación del otro. Básicamente, hay cuatro tipos principales de juegos. Los juegos pueden ser estáticos (es decir, se desarrollan en un  periodo de tiempo único) o dinámicos (múltiples periodos de tiempo), pudiendo implicar  bien la información completa (toda la información relevante es compartida y puesta en común) o incompleta (información asimétrica, cierta información es privada y es accesible solamente para algunos jugadores). Gran parte de la teoría de juegos clásica fue formulada con referencia a los juegos estáticos relacionados con la disponibilidad de información completa, desarrollos más recientes han extendido la teoría hacia juegos dinámicos y también a juegos en entornos de información incompleta o asimétrica.

Los juegos pueden ser de dos personas o de n personas (más de dos jugadores), y pueden ser clasificados como cooperativos o no cooperativos. Los juegos cooperativos permiten a los jugadores comunicarse antes de tomar decisiones e incluir algún mecanismo que permita a los jugadores llegar a  acuerdos vinculantes relativos a la coordinación de las estrategias. Los juegos no cooperativos no permiten a los jugadores comunicarse o establecer acuerdos vinculantes antes de jugar. En otras palabras, los juegos cooperativos permiten a los jugadores  formar coaliciones, mientras que los juegos no cooperativos no.

Entre los juegos cooperativos, algunos son juegos de pagos o recompensas transitivas (sidepayment games), mientras que otros son juegos de pagos no transitivos (non sidepayment games). Los juegos de pagos tranditivos permitirán a los jugadores transferir beneficios (utilidad) dentro de las coaliciones, los juegos no transitivos no lo hacen. Otra distinción aplicable a los juegos cooperativos transitivos es  entre juegos simples y complejos. Juegos simples son aquellos en los que la función característica asume sólo dos valores, mientras que los juegos complejos  son aquellos en los que la función característica tiene más de dos valores. Los analistas utilizan los juegos sencillos principalmente para modelizar procesos sociales con resultados binarios (por ejemplo, ganar-perder, éxito-fracaso, etc)

Conceptos de solución.

El tercer conjunto de herramientas proporcionadas porla teoría de juegos es una variedad de conceptos de solución. Un concepto de solución es la teoría del equilibrio que predice (conductualmente) o prescribe (normativamente) la asignación de los pagos a los jugadores en los juegos. En otras palabras, un concepto de solución especifica cuál será el resultado de un juego cuando se juega. Por esta razón, los conceptos de solución se encuentran entre las más importantes contribuciones de la teoría de juegos.

Los teóricos de los juegos han desarrollado numerosos conceptos de solución. Estos se diferencian no sólo en los supuestos subyacentes, sino también en las predicciones que hacen. Para los juegos no cooperativos estáticos, la solución más importante es el equilibrio de Nash , del que se han extrapolado muchas extensiones. Otros enfoques para la solución de los juegos no cooperativos son las de Harsanyi y Selten (1988) y Fraser y Hipel (1984).

Para  juegos estáticos cooperativos, hay varios conceptos de solución. Una clase importante  consiste en soluciones que predicen los resultados  colectivamente racionales. Otra clase de soluciones para juegos cooperativos incluyen conceptos que hacen predicciones de pagos y recompensas  dependientes de las estructuras de coalición que se forman durante el juego, estos pagos, son por lo general coalicionalmente racionales. Recientemente, se ha elaborado una tercera clase de soluciones  para los juegos cooperativos. Las soluciones de esta clase no sólo intentan determinar de forma endógena, que estructura o estructuras de coalición emergerán, sino que también intentan especificar los pagos asociados a los jugadores.

 

FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO

Auguste Comte

La primera orientación teórica de la sociología fue el funcionalismo. Al tratar de legitimar la nueva disciplina de la sociología, Auguste Comte, revivió las analogías hechas por los griegos y, más cercanos a su tiempo, por Hobbes y Rousseau sobre la sociedad considerada como un tipo de organismo. De este modo, Comte vinculó la sociología con el prestigio de la ciencia biológica. Para la teoría funcional la sociedad es como un organismo biológico que crece, y como consecuencia, sus partes pueden ser examinadas respecto a la forma en la que operan (o función) para mantener la viabilidad del cuerpo social a medida que crece y se desarrolla. Tal y como como Comte enfatizó, hay una correspondencia real entre» el análisis estático del organismo social en Sociología, y la del organismo individual en Biología». Por otra parte, Comte fue tan lejos como para descomponer la estructura anatómica »en elementos, tejidos y órganos» y» tratar el organismo social como definitivamente compuesto por las familias que son los verdaderos elementos o células, junto con las clases o castas que son sus propios tejidos y, por último, de las ciudades y comunas que son sus verdaderos órganos». Sin embargo, dado que estas analogías no fueron desarrolladas sistemáticamente por Comte, su principal contribución fue dar a la sociología su nombre y reintroducir el razonamiento organicista en la nueva ciencia de la sociedad.

Herbert Spencer

Herbert Spencer

Fue Herbert Spencer el que utilizó la analogía orgánica para crear una forma explícita de análisis funcional. Basándose en los materiales de su monumental obra «Los Principios de Biología» (1864-1867),  Los Principios de Sociología (1874-1896) de Spencer están repletos de analogías entre organismos y sociedad, así como entre los procesos ecológicos (la variación, la competencia y la selección) y  la evolución social (que él veía como impulsada por la guerra). Spencer no contempló la sociedad como un organismo real, sino que conceptualizó »sistemas supraorgánicos» (organización de organismos) como reveladores de ciertas similitudes en sus «principios de acuerdo» para los organismos biológicos. De esta manera, introdujo el concepto de «requisitos funcionales» o «necesidades», creando el funcionalismo. Para Spencer, había tres requisitos básicos de los sistemas supraorgánicos: (1) la necesidad de asegurar y distribuir los recursos, (2) la necesidad de producir sustancias que puedan utilizarse y (3) la necesidad de regular, controlar y administrar las actividades del sistema. Por lo tanto, cualquier modelo de organización social pone de manifiesto estas tres clases de requisitos funcionales, siendo el objetivo del análisis sociológico comprobar empíricamente cómo estas necesidades se cumplen en los sistemas sociales.

Funcionalistas posteriores produjeron listas ligeramente distintas de requisitos. Émile Durkheim postulaba que las explicaciones sociológicas deben buscar por separado la causa eficiente [de un fenómeno] y la función que éste cumple, pero, a diferencia de Spencer, postuló un solo requisito funcional: la necesidad de la integración social. Para Durkheim, el análisis sociológico consistiría en la evaluación de las causas de los fenómenos y sus consecuencias o funciones para satisfacer las necesidades  de integración de las estructuras sociales.

De no ser por las actividades de los antropólogos orientados teóricamente, el funcionalismo, probablemente habría muerto con Durkheim, sobre todo desde que la estrella de Spencer se había ensombrecido por la Primera Guerra Mundial. Como las sociedades tradicionales estudiadas por los primeros antropólogos fueron en general las carentes historia escrita, los antropólogos se enfrentaron a la problemática de explicar la existencia de actividades y estructuras en estas sociedades. El problema se muestra particularmente agudo tras la I Guerra Mundial, período de desaparición del evolucionismo y del difusionismo como herramientas explicativas. El análisis funcional presenta una nueva alternativa: Analizar las estructuras, tales como el parentesco o actividades como los rituales en términos de sus funciones para el mantenimiento de la sociedad. Fue A.R. Radcliffe-Brown, quien mantuvo la tradición durkheimiana, haciendo hincapié en la importancia de las necesidades de integración analizando cómo las estructuras, especialmente los sistemas de parentesco, que operan para cumplir con tales requisitos de integración. Por el contrario, Bronislaw

Malinowski in Trobriand

Malinowski en las Trobriand

Malinowski amplió el análisis funcional en una dirección más spenceriana, haciendo hincapié en que existen distintos niveles del sistema (biológico, social y cultural), cada una de ellos con sus requisitos distintivos propios. Ampliando a  Spencer y anticipando a Talcott Parsons, Malinowski postuló cuatro requisitos básicos a nivel del sistema social: (1) producción y distribución, (2) control y regulación social, (3) la educación y socialización y (4) organización e integración.

El funcionalismo es, pues,  una perspectiva teórica en sociología y ciencias sociales en general, que hace especial hincapié en las contribuciones positivas hechas por cualquier acuerdo social determinado (por ejemplo, las instituciones, los valores culturales, normas, ritos, etc) para la operatividad actual y la reproducción continuada de los patrones sociales y culturales. Se ha asentado en gran medida como una teoría que establece una amplia analogía entre las sociedades y los organismos biológicos, una tendencia especialmente evidente en la obra de los primeros funcionalistas como los referidos Spencer y Durkheim. Sin embargo, la dependencia de la analogía orgánica es ya menos evidente en el trabajo de antropólogos sociales, tales como los anteriormente mencionadosd Radcliffe-Brown y Malinowski, quienes se basaron selectivamente en la obra de Durkheim, siendo silenciada en las formas más recientes del funcionalismo, que se centran con mayor frecuencia en la teoría general de sistemas y no simplemente en la analogía con los organismos biológicos. Los funcionalistas tendieron a utilizar con regularidad emparejados el razonamiento analógico junto con el análisis objetivo de la sociedad a través del uso de métodos científicos, ligando la teorización a una u otra forma de positivismo filosófico.

La obra de Durkheim constituye el antecedente más influyente de la mayoría de las variantes contemporáneas del funcionalismo. Durkheim empleó un método funcionalista en varios de sus estudios. Por ejemplo, analizó la división del trabajo en la sociedad moderna y descubrió que funcionaba en condiciones normales para promover la formación de un nuevo tipo de solidaridad social, al que llamó solidaridad orgánica. Su tratamiento de la división del trabajo tuvo una fuerte influencia en el desarrollo de la variante de Radcliffe-Brown de análisis funcional estructural. En un sentido similar, Durkheim analizó la función social de la conducta desviada que, en su opinión, proveía oportunidades para la aclaración y la expresión de la conciencia moral colectiva de la sociedad a través de la ejecución de rituales de castigo sobre los individuos desviados. Finalmente, Durkheim decía que la religión representa un sistema de creencias y prácticas relativas a lo sagrado y que su función principal era integrar a los miembros de la sociedad en una comunidad moral. Esta imagen de la función integradora de la religión y los valores comunes por lo general, iba a tener una fuerte influencia en la teoría funcionalista de Parsons.

Estas perspectivas funcionales iniciales se perfeccionaron durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial y en el proceso a menudo modificado de manera significativa por pensadores posteriores, como Talcott Parsons y Robert K. Merton. Ambas figuras crearon escuelas de pensamiento (Parsons en Harvard y Merton en

Robert K Merton

Columbia), donde cada uno formó a una nueva generación de sociólogos. Cada uno, de maneras diferentes, hizo hincapié una u otra forma de funcionalismo. Como resultado de su trabajo y el de sus estudiantes, el funcionalismo se convirtió en el punto de vista teórico dominante en el período de postguerra y, pese a los retos planteados por otras perspectivas teóricas, se mantuvo como tendencia principal de pensamiento hasta mediados de los 60. En obras como The Social System, publicada en 1951, Parsons desarrolló una gran teoría sistemática de la sociedad centrada en los cuatro problemas funcionales de todos los sistemas sociales: la adaptación a su medio ambiente, el logro de metas, la integración y el mantenimiento de pautas culturales.

La teoría sistemática de Parsons hizo especial hincapié en los intercambios de actuaciones sociales que tienen lugar entre las instituciones que cumplen estas funciones (por ejemplo, la economía, el gobierno, las leyes, la educación, la religión, la familia, etc.) y el equilibrio establecido entre ellos, mientras que al mismo tiempo vinculó esta perspectiva, si bien incómodamente, a la teoría de la acción social que había comenzado a desarrollar en su trabajo anterior, La Estructura de la Acción Social, de 1937. En su opinión, el desequilibrio entre las diversas instituciones que realizan importantes funciones sociales es una de las principales formas de explicar el cambio social. Parsons también mostró especial interés en las relaciones entre cultura y sociedad y en el papel integrador de los valores comunes en la creación del consenso social. Estos énfasis condujeron a una teoría de la evolución social centrada en el aumento de la diferenciación social y el desarrollo histórico de los valores culturales más abstractos y universales en las sociedades modernas. Esta marca de macro funcionalismo fue adoptada por seguidores de Parsons, tales como Marion Levy, Robert N. Bellah y Neil Smelser así como sus esquemas analíticos aplicados al estudio comparativo de sociedades y culturas como China y Japón. Otros, como Kingsley Davis y Wilbert Moore, utilizaron el funcionalismo en el estudio de problemas específicos, tales como la estratificación social y argumentaron que el método funcionalista es en gran medida idéntico al análisis sociológico en sí.

Por otro lado, en su influyente obra, Teoría y Estructura Social (1949), Merton trabajó en la dirección de un «paradigma» de análisis funcional más flexible con potentes aplicaciones empíricas. Merton dedicó mucho esfuerzo en argumentar contra  la idea de la funcionalidad universal de determinados acuerdos sociales, como la religión o la familia. En su lugar, abogó por la idea de equivalencia funcional, según la cual diferentes acuerdos sociales concretos podrían adaptarse y satisfacer cualquier función social necesaria. De esta manera, también tuvo más éxito que Parsons en desacoplar el análisis funcional de sus implicaciones potencialmente conservadoras. Por lo tanto, ninguna forma de organización enfocada en las necesidades de la sociedad fue privilegiada y nuevos puntos de vista fueron posibles. En este mismo espíritu, Merton también hizo hincapié tanto en las funciones positivas, como en las disfunciones negativas de los distintos acuerdos sociales estudiados. Las instituciones sociales pueden tener consecuencias tanto positivas como negativas para la sociedad o algún determinado segmento de ella. También enfatizó el carácter latente de muchas funciones y disfunciones sociales, es decir, su calidad en gran parte desconocida y no intencional, vinculando este problema a su anterior interés en las consecuencias imprevistas inherentes a toda  acción social intencional. La marca Mertoniana del funcionalismo estaba vinculada a una estrategia de la teoría y la investigación que denominó análisis de «rango medio», que evitó tanto el esfuerzo de Parsons en la creación de grandes sistemas teóricos, como los detalles de la investigación empírica carentes de cualquier orientación teórica. El énfasis más flexible de Merton sobre las funciones y disfunciones latentes le permitió a él ya sus estudiantes participar en la investigación teórica impulsada sobre temas tales como la burocracia, la desviación, los grupos de referencia, la opinión pública, la propaganda, y otros. Como resultado, Merton era un objetivo menos importante para aquellos que eran cada vez más críticos con los análisis funcionalistas.

Además de su importancia como orígen de influyentes escuelas de la teoría social del siglo XX, especialmente en Estados Unidos, el funcionalismo, en particular, su variedad parsoniana, ha sido un punto de referencia importante para la crítica generalizada de los teóricos del conflicto, los interaccionistas simbólicos, y otros menos persuadidos por el reclamo funcionalista. A ojos de los teóricos del conflicto, como Ralf Dahrendorf, C. Wright Mills, Barrington Moore, y otros, que a menudo profundizaron en

Dahrendorf

mayor medida que Parsons en el legado marxista teórico, así como en la teoría de Weber de la burocracia y la dominación política, el funcionalismo estructural parsoniano parecía descuidar los problemas del poder y el conflicto político, así como otras formas de lucha entre grupos (por ejemplo, entre las clases sociales y grupos raciales y étnicos). En su opinión, el funcionalismo no sólo no puede o no quiere centrarse en explicar estas realidades sociales persistentes, sino que también tenía implicaciones políticas decididamente conservadoras. En la década de los 60 del pasado siglo los movimientos de liberación nacional en las antiguas colonias, los conflictos intergeneracionales, encabezados por los jóvenes, el Movimiento por los Derechos Civiles , corrientes étnico-nacionalistas entre los afroamericanos, el movimiento de la mujer y, no menos importante, la guerra de Vietnam, llevaron los problemas del poder, la desigualdad y el conflicto de manera decisiva al dominio público y a los medios de comunicación. Estos cambios hicieron enfatizar a los funcionalistas en el papel de los valores comunes en la integración de la sociedad y el uso del concepto del desequilibrio para analizar los cambios que parecían estar fuera del contacto con aquella realidad social explosiva. Parsons intentó abordar de nuevo los problemas del poder político desde un punto de vista funcionalista de la teoría de sistemas, mediante su tratamiento (junto con el dinero) como un medio generalizado de comunicación en la sociedad. Neil Smelser, uno de los seguidores de Parsons, desarrolló su Teoría del Comportamiento Colectivo en 1962, mientras que el alumno de Merton Lewis Coser en su trabajo en 1956 sobre las funciones del conflicto social ya había recogido el análisis del conflicto en sí, desde una perspectiva funcionalista, inspirándose en las ideas de Georg Simmel. A pesar de estos y otros esfuerzos, después de los 60 del pasado siglo, la teoría funcionalista nunca  recuperado su lugar como el principal punto de vista teórico en sociología.

Interaccionistas simbólicos como Herbert Blumer habían sido durante mucho tiempo críticos con el funcionalismo por otras razones y su crítica fue complementada  por otras perspectivas críticas de autores como Erving Goffman, en representación de nuevas formas de análisis social tales como la dramaturgia y el construccionismo social. Estos microsociólogos contemplaron la imagen funcionalista de la sociedad, sus problemas funcionales, su énfasis en las macroestructuras y las instituciones y su enfoque en la cultura y valores comunes, en general, más como una reificación de lo que es esencialmente un complejo proceso de interacción social entre los actores humanos quienes mutuamente orientan las acciones, crean y sostienen lo que los funcionalistas designan como «sociedad» y «cultura».

Otros críticos del funcionalismo, trabajaron con varias orientaciones teóricas diferentes, por lo general de acuerdo con los interaccionistas simbólicos, aunque, al tiempo,  también  contemplaron la crítica interaccionista como insuficientemente por no ser lo bastante  amplia y sistemática como para responder a los desafíos planteados por la teoría funcionalista. Por ejemplo, George Homans, en 1964 en su discurso presidencial a la American Sociological Association, hizo un llamamiento para «volver de nuevo al hombre» y en su libro, El Comportamiento Social: Sus Formas Elementales, publicado en 1961, desarrolló una teoría social con base empírica y con raíces en una variante del conductismo social, aquella que tenía por objeto la creación de proposiciones generales e incluso leyes explicativas de la conducta social mediante la construcción del análisis de estructuras sociales mayores en una fundación de la psicología del comportamiento individual. Otros, como Peter Berger y Thomas Luckmann, intentaron flanquear el funcionalismo estructural de Parsons ofreciendo, en la Construcción Social de la Realidad (1966), una teoría sistemática alternativa que combina los análisis macro y micro de la acción social, la interacción y las estructuras en un tratamiento de la realidad social como un fenómeno socialmente construido. Su fusión de ideas extraídas de Marx, Durkheim, Weber, la fenomenología y la teoría de la interacción simbólica atacó al funcionalismo  en su propio terreno al ofrecer lo que parecía ser una teoría integral de la sociedad y la cultura. En general, los teóricos que han hecho hincapié en la actual construcción social de la sociedad han argumentado que los funcionalistas omiten toda referencia significativa a las intenciones de las personas y que todas las funciones de los llamadas sociales pueden entenderse mejor mediante la reducción a las acciones combinadas y las construcciones de los actores sociales.

En las últimas décadas, se han efectuado nuevos esfuerzos para revivir el funcionalismo por una nueva ola de «neofuncionalistas» como Jeffrey Alexander, Niklas Luhmann, Jürgen Habermas y  otros, que han inyectado poderosas dosis de teoría del conflicto, teoría de sistemas, un énfasis evolucionista en el cambio social y un mayor hincapié en el papel del poder político en la sociedad dentro del cuerpo moribundo del análisis funcional. Alexander, se mantuvo apegado a su neofuncionalismo para el programa general de desarrollo de una teoría multidimensional de la sociedad capaz de encontrar espacio para el conflicto y para el consenso, manteniendo también el énfasis del funcionalismo temprano sobre los principales procesos históricos tales como la diferenciación social. Luhmann se fue moviendo progresivamente hacia la fusión del funcionalismo con la teoría de los sistemas y las perspectivas evolucionistas, haciendo hincapié durante el proceso en el papel del poder así como el de la confianza en la sociedad. Mientras, Habermas no siempre se agrupó con los neofuncionalistas, su énfasis dual en el sistema de funcionamiento y la vida cotidiana, así como su teoría evolucionista de la comunicación social con su intento utópico de lograr un consenso sin restricciones en la sociedad, tiene mucho en común con Parsons. Representa un intento de combinar los aspectos del legado parsoniano con perspectivas del análisis lingüístico, la sociología fenomenológica, y la teoría política. Resulta interesante que todos los neofuncionalistas por encima de recurrir a uno u otro elemento de la antigua teoría funcional estructural de Parsons (por ejemplo, la teoría de sistemas sociales, el análisis evolutivo, las grandes teorizaciones multidimensionales, el papel del poder como medio generalizado o el papel de los valores comunes en la sociedad ). Han proporcionado un impulso decisivo, a pesar de su considerable modificación y sustitución de parte de sus ideas.

EN TORNO A TALCOTT PARSONS

Parsons fue el mayor teórico social norteamericano hasta, aproximadamente, 1969 llegando algunos incluso a afirmar que la teoría social, desde entonces ha estado en conversación continua, directa o indirectamente, con Parsons. Parsons intentó desarrollar una ‘gran teoría’ de la sociedad que explicase todo el comportamiento social, en todas partes, a lo largo de la historia y en todos los contextos, una teoría general adecuada, analítica, sistemática, completa y elegante, con un modelo único llamado FUNCIONALISMO ESTRUCTURAL. Este enfoque considera a los valores como el núcleo de la cultura, porque los valores dan sentido a lo que hace la gente, dirigen y direccionan su vida, e integra a las personas creando diferentes lazos de unión e interacciones entre ellas. Estos ‘rasgos culturales’, por lo tanto son ‘funcionales’ para el funcionamiento de la sociedad. Su teoría social de la acción sigue proporcionando a día de hoy un enfoque útil para comprender las relaciones humanas y el comportamiento de las personas en la sociedad. Parsons estuvo también interesado en las relaciones entre la sociología y otras ciencias sociales  como la economía, la ciencia política, la psicología, la psiquiatría y la antropología adaptando algunas ideas básicas de esas disciplinas.

Parsons pensaba que todos los sistemas sociales duraderos pugnan por la estabilidad o el equilibrio con un fuerte sentido de orden social e interdependencia institucional. Bajo la influencia de Sigmund Freud, estaba interesado en cómo los actores eligen los objetivos y los medios en relación a las normas y valores interiorizados y abogó por un mundo externo objetivo que se entiende de forma empírica a través de conceptos creados por las ideas, creencias y acciones que son objeto de estudio. Este fue un enfoque nuevo, porque supuso un proceso de desarrollo absoluto.

Las primeras teorías de Parsons sobre la acción social, influenciadas por Weber, se centraron en los procesos mentales activos y creativos que tienen un componente subjetivo importante. En La Estructura de Acción Social (publicada en 1937), Parsons desarrolló su método empírico de análisis basado en la observación, el razonamiento y la verificación, y exploró la diferencia entre los conceptos de comportamiento (como respuesta mecánica a los estímulos) y la acción (un proceso creativo y analítico del aspecto subjetivo de la actividad humana).

Para Parsons, la unidad básica de estudio es la unidad de acción, que involucra los siguientes elementos: un actor agente motivado para la acción, el fin hacia el cual se orienta la acción y los medios para alcanzar este fin, una situación en la que se desarrolla la acción; y las normas y valores que determinan la elección de medios y fines. Las acciones consisten en las estructuras y procesos por los cuales los seres humanos son motivados para crear intenciones significativas que se ponen en práctica dentro del sistema social. Parsons afirma que la acción no es posible a menos que una instancia de cada elemento esté implicada en el proceso y, por el contrario, toda acción humana puede ser entendida como emergente a partir de combinaciones de estos tipos de elementos. Esta proposición  doble cimenta el argumento de Parsons al que llamó el marco de acción de referencia, convirtiéndolo en un punto de partida universal para las ciencias sociales, independientemente del nivel de desarrollo que pudiese ser necesario. El asunto clave para Parsons fue siempre el problema de la formulación teórica de las relaciones entre el sistema social y la personalidad del individuo.

La  ‘acción‘ parsoniana se considera desde las siguientes perspectivas: cultura (valores), sociedad (las normas), personalidad (fuente de motivación), y el organismo (fuente de energía). Para Parsons, la gente no puede elegir los objetivos y los medios sin que la sociedad contextualice y condicione el proceso, no pudiendo además los individuos dar sentido a la agencia o la acción sin los refuerzos y expectativas creados por las normas sociales. Esto significa que la gente debe conocer y tener en cuenta  las normas de la sociedad en la que se desenvuelve no pudiendo sustraerse a estas normas. Parsons es a veces criticado, en ocasiones superficialmente, por esta posición ya que no puede explicar adecuadamente los procesos de cambio social.

Parsons formuló su esquema a través de una crítica de las teorías de Max Weber, Emile Durkheim, Alfred Marshall, y Vilfredo Pareto. Sostuvo que estas figuras, a pesar de trabajar en diferentes ámbitos intelectuales, habían confluido en el marco de la acción de referencia con el énfasis en los elementos normativos. Parsons llegó a la conclusión de que si las teorías fallan a la hora de enfatizar los elementos normativos, estas son en principio, erradas. Las teorías utilitaristas, como la economía neoclásica, y las teorías conductistas son los principales ejemplos. Las teorías idealistas son defectuosas, según él, ya que ponen demasiado énfasis en los fines y normas, mientras que infravaloran las condiciones y los medios. Lo que ahora llamamos el estructuralismo se equivoca al asimilar las normas y condiciones en su noción de estructura, negando su independencia, mientras que también infravaloran los fines y los medios. El marco de acción de referencia fue diseñado para evitar la tendencia a la selectividad o al sesgo entre los conceptos básicos que tienen, de diversas formas, los marcos científicos más socialmente comprometidos.

El enfoque de Parsons en los marcos de referencia se basó en una metodología de »realismo analítico», conformada por sus estudios de Kant y, más directamente, la filosofía de la ciencia de Whitehead. El realismo analítico contempla los marcos de referencia como lógicamente prioritarios a otras formas de teoría, ya que guían la abstracción de la realidad que subyace a toda observación empírica y, por tanto, todas las proposiciones, hipótesis o generalizaciones relativas a las condiciones empíricas. Parsons sostuvo que el establecimiento de un marco de referencia idóneo es el punto de partida lógico para la ciencia.

Su obra La Estructura de la Acción Social representó el primer intento de Parsons,en un marco conceptual unificado para la sociología, de establecer un conjunto de categorías aplicables en todo tiempo y lugar, capaces de abordar todos los aspectos de la organización social humana, permaneciendo abierto a mejoras a medida del avance de la disciplina en la capacidad de relacionar la teoría con constataciones empíricas.

Parsons está interesado por la integración de estructura y proceso, y define un sistema social compuesto por la interacción de muchos individuos dentro de una situación, donde el propio sistema incluye las normas culturales comúnmente compartidas y comprendidas. Estas normas culturales están dentro de un sistema generalizado de símbolos y sus significados asociados. Estos sistemas sociales tienen partes o subsistemas de distinta complejidad, que representan estructuras organizativas. Además, las estructuras sociales tienen funciones sociales, que son las consecuencias de cualquier patrón social para el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. Para Parsons, la sociedad es un sistema complejo cuyos componentes trabajan juntos para promover solidaridad y estabilidad (que se refuerzan para tender al equilibrio), y por lo tanto define la estructura social como un patrón relativamente estable de la conducta social. Un análisis del sistema social es, pues, una consideración de los procesos ordenados de cambio en los patrones de interacción de los actores dentro de una estructura (las normas como fondo de las metas y los medios). Los actores tienen roles de status o posiciones dentro de la estructura en sí misma y en relación con otros actores a través de las interacciones. Sin embargo, estos roles y estatus son las unidades del sistema social, y no son cualidades de los propios actores por sí mismos.

Parsons y Robert F. Bales aplicaron este análisis del status basado en la jerarquía y el poder a la familia (una pequeña unidad social) con las nociones parsonianas de roles de liderazgo femenino-expresivo y masculino-instrumental. Para Parsons, los hombres asumen través de la socialización un rol más técnico, ejecutivo y  ‘judicial’, siendo las mujeres las especializadas en funciones de apoyo, tanto moral como logístico, de integración y de ‘gestión de la tensión’. Estos puntos de vista estereotípicos han sido criticados como resultado de una visión estrecha y limitada de género.

Parsons definió los sistemas sociales como participantes y contextualizadores de la interacción y las relaciones entre los actores, la cultura como el marco de los símbolos y creencias que orientan la acción y la personalidad como el contexto de los patrones motivacionales individuales. Sugirió que los tres tipos de sistemas están integrados por estándares normativos, de los que se derivan significados de los contextos de la cultura moral, están internalizados en instituciones en los sistemas sociales, al tiempo que se también  en los super ego de las personas. ‘El sistema social’ exploró las conexiones entre los sistemas culturales, sociales, y de la personalidad y examinó la dinámica por la cual los estándares normativos son institucionalizados en las relaciones sociales, especialmente en los capítulos sobre los procesos de socialización y sobre la desviación y control social. Un capítulo sobre la práctica médica analiza la relación médico-paciente como ejemplo de la dinámica de control social. Parsons hizo especial hincapié en que los procesos de control social están integrados en todas las relaciones y son universales en la vida social.

El marco revisado de referencia centrado en las relaciones sociales planteó preguntas acerca de cómo los sistemas sociales se mantienen en el tiempo. Parsons hizo hincapié en dos funciones: la asignación de recursos y la integración social. La asignación de recursos permite a los actores en los distintos roles controlar los medios, las herramientas, el personal cualificado, o los medios financieros, para lograr los fines que se esperan de ellos. La integración social implica mecanismos de control social a través de los cuales los actores responden a las expectativas de uno o de otro y emplean recompensas y castigos, para cumplir con las obligaciones asociadas a sus respectivos papeles. Los sistemas sociales a gran escala requieren de mecanismos formales para cumplir estas dos funciones, incluidos los mercados para la asignación de recursos y las instituciones legales para la integración social.

Parsons pronto reemplazó esta concepción de las funciones con el más sofisticado ‘paradigma de las cuatro funciones’. Las cuatro funciones no son, al igual que las formulaciones anteriores de las funciones sociales, una lista ad hoc de los requisitos funcionales de los sistemas sociales, sino un análisis del concepto de acción del sistema en cuatro dimensiones o aspectos generales. La idea básica de Parsons era que cualquier sistema de acción puede ser analizado en términos de cuatro dimensiones universales. Este enfoque facilita la teorización eficiente, ya que conduce al conocimiento general de cómo las operaciones al servicio de cada función se organizan a través de elementos empíricos. Las cuatro funciones son:

1- Patrón de mantenimiento o los procesos de desarrollo que refuerzan el apego a los principios básicos que distinguen a un sistema de su entorno, por ejemplo, sus valores básicos. En las sociedades, los procesos de socialización sirven a esta función, al igual que las instituciones de la religión, la familia y la educación.

2- Integración o los procesos de ajuste recíproco entre las unidades de un sistema que promueven su interdependencia. En las sociedades, las instituciones de solidaridad y de control social, incluido el derecho civil y penal, la comunidad y la estratificación sirven a estos efectos.

3-  Consecución de objetivos o de los procesos de cambio de las relaciones de un sistema con sus entornos para alinearlos con fines compartidos. En las sociedades, los centros de la consecución de objetivos en las instituciones políticas que establecen los fines colectivos y movilizan recursos para conseguirlos.

4- La adaptación o el desarrollo de los procesos de control generalizado sobre el medio ambiente. La adaptación implica el desarrollo y la asignación de recursos diversos. En las sociedades, por lo general consiste en la producción económica y el intercambio en los mercados.
La aplicación más importante del paradigma  parsoniano de las cuatro funciones fue una teoría de cuatro subsistemas funcionalmente especializados en la sociedad. Los contornos de esta teoría surgieron a mediados de 1950 aunque Parsons fue desarrollándola durante el resto de su vida. En las formulaciones posteriores, los cuatro subsistemas fueron identificados como (1) la economía de la función adaptativa, (2) la política para la función de la consecución de objetivos, (3) la comunidad social para la función integradora, y (4) el sistema fiduciario para la función de mantenimiento de patrones.

En el desarrollo de su idea de los cuatro subsistemas en la sociedad, Parsons primero trató de integrar su comprensión sociológica de las instituciones económicas con la teoría keynesiana de la economía. A continuación, desarrolló su visión de la política mediante la crítica de la concepción académica en boga, así como de las instituciones electorales, ejecutivas y administrativas. Estos aspectos de su trabajo progresaron rápidamente, produciendo muchas aplicaciones del paradigma de las cuatro funciones respecto al análisis de los complejos institucionales específicos. Sus escritos sobre el sistema fiduciario recogieron investigaciones previas sobre la religión, la familia, los procesos de socialización y las instituciones educativas, mientras que sus escritos sobre la comunidad social construida sobre los grupos de referencia, los sistemas de status, las clases sociales, la etnicidad, y de las instituciones legales. Estas obras se enfrentan a más problemas que sus escritos sobre la economía y la política, porque la literatura existente estaba menos desarrollada. Las formulaciones resultantes están menos integradas y menos cimentadas empíricamente, sin embargo, son sugerentes para la investigación futura.

El trabajo de Parsons en los subsistemas sociales condujo a un modelo general de sistemas de acción. En este modelo, cada subsistema es una entidad compleja organizada en términos de varios conjuntos diferenciados de estructuras. Las estructuras se mantienen en el tiempo por los mecanismos de control especializados. El sistema satisface las necesidades funcionales y se adapta a las condiciones cambiantes por sí mismo a través de procesos dinámicos  teniendo procesos de cambio y crecimiento a largo plazo para la expansión de sus capacidades. En sus límites, cada subsistema intercambia de recursos con los otros tres subsistemas, obteniendo medios indispensables para sus propias operaciones, mientras que provee bienes esenciales para los otros subsistemas. Cada subsistema es tratado, por lo tanto, como dinámicamente interdependiente con los otros tres. Parsons propuso que los seis pares de intercambios entre los subsistemas conforman un equilibrio general de la sociedad, dando así el contenido específico a la idea clásica de Pareto.

La idea de los intercambios entre los subsistemas es una generalización del tratamiento que los economistas aplican a los intercambios recíprocos entre las empresas y los hogares, los salarios de la mano de obra y el gasto de los consumidores en bienes y servicios, todo lo cual es situado por Parsons en el límite entre la economía y el sistema fiduciario. Siendo consciente de que los procesos económicos son mediados y regulados por los flujos monetarios, Parsons trató de generalizar  el papel del dinero mediante la identificación de similares medios igualmente simbólicos para los otros subsistemas. Los ensayos centrados en el poder como medio simbólico y regulador de los procesos políticos, influencia como el medio de la comunidad social, y los acuerdos de valor como medio fiduciario. El concepto de medios simbólicos generalizados es una de las ideas más originales y potencialmente fructíferas de Parsons, aunque los críticos han identificado problemas en sus formulaciones particulares.

Parsons desarrolló  también un patrón de variables que categorizan las expectativas y las estructuras de relación que permiten la comprensión de la acción social universal. Estas son: la ‘cantidad’ de emoción disponible para invertir en un determinado fenómeno social (afectividad, neutralidad afectiva), ya sea para orientarse uno mismo sobre una parte o la totalidad del fenómeno social (especificidad o generalidad difusa); cómo juzgar un fenómeno social, bien en términos de estándares emocionales o generales (universalismo-particularismo), o para juzgar una acción social por sus intenciones o sus resultados (la adscripción-logro), o si para perseguir su propio interés o el interés de la colectividad (individuo-colectivo).

En cuanto a las orientaciones motivacionales en Parsons, según su punto de vista, los actores emplean el marco de las orientaciones motivacionales para analizar los fenómenos sociales por los que en cada momento se interesan. Resulta de gran importancia el grado en el que los fenómenos representan satisfacción real o potencial de las disposiciones de necesidad de los actores. Este proceso implica tres dimensiones:

Por una parte, los actores analizan la situación cognitivamente por lo que deben: 1- Localizar los fenómenos sociales (individuos, colectividades, objetos de la cultura física). 2- Diferenciarlos de otros fenómenos sociales. 3- Relacionarlos con clases generales de objetos 4- Determinar las características del fenómeno social. 5- Determinar las funciones reales o potenciales del fenómeno social.

Al tiempo, los actores deben sopesar el significado catético del fenómeno social; deben decidir la intensidad afectiva o cantidad de emoción que es necesario invertir en cada fenómeno percibido. Esa determinación viene influída por el grado en el que un fenómeno social gratifica o priva a los actores en términos de sus disposiciones de necesidad.

Después los actores emprenden un proceso evaluativo a través del cual determinan cómo distribuir su energía con el objeto de obtener la máxima gratificación y la mínima privación.

Finalmente recalcar una vez más que para Parsons en cualquier sistema de acción dado, había cuatro componentes funcionales necesarios para su existencia, la función y el mantenimiento del equilibrio: un sistema social debe adaptarse y ser capaz de existir en un entorno cambiante; debe tener claramente  establecidoslos objetivos; debe involucrar a los actores dentro de un subsistema dentro de un sistema mayor de organización, y debe definir y mantener un conjunto de normas y valores, que a su vez legitiman la acción dentro del propio sistema.