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Thomas Piketty, desigualdad e impuesto global sobre el capital.

desigualdadEn su estudio, El capital en el siglo XXI, publicado en 2013, el economista francés Thomas Piketty, buscó desenmascarar la clásica falacia de la economía ortodoxa basada en la imagen, popularizada por el economista Simon Kuznets, de que «la marea creciente hace flotar a todos los barcos». De hecho, argumenta, esto fue cierto sólo en un período relativamente corto de la historia humana, la «Treintena Gloriosa» (treinta y tantos años después de la Segunda Guerra Mundial), cuando la política nacional favoreció al trabajo por encima del capital.
La pregunta fundamental de Piketty es si el capitalismo conduce inevitablemente a una mayor desigualdad ¿O acaso la competencia, el crecimiento y el avance tecnológico traen consigo una mayor igualdad de ingresos a largo plazo? Sigue leyendo

Sobre la corrupción

La corrupción no respeta las reglas de justicia y la equidad  proporcionando privilegios y ventajas a ciertas personas y camarillas que los demás no tienen. Asimismo transfiere recursos desde el común de la ciudadanía hacia las élites que controlan los hilos de partidos políticos e instituciones y, generalmente, desde los más pobres hacia los ricos, actuando como un impuesto extraordinario sobre los ciudadanos que merma los recursos del Erario dejando menos dinero para gasto e inversiones públicas. Los gobiernos corruptos disponen de menos recursos para gastar en sus programas y proyectos presionando a la baja, entre otras cosas, los salarios de los empleados públicos exponiéndolos, en algunos casos, en mayor medida a la tentación de caer en prácticas corruptas de distinto grado. Muchos de los cargos de designación política y empleados del gobierno pueden dedicar más tiempo y esfuerzo en llenar sus bolsillos y/o los de sus partidos y camarillas que sirviendo a los intereses públicos y al Bien Común.

Las raíces de la corrupción se asientan, entre otras cosas, en la distribución desigual de los recursos en una sociedad. La desigualdad económica proporciona un terreno fértil para la corrupción al tiempo que la corrupción conduce a mayores desigualdades estableciendo incentivos y recompensas no para los individuos, empresas y organizaciones más competitivos, eficaces y eficientes sino para aquellos que están dispuestos a corromperse en mayor grado.

La relación entre la desigualdad y la calidad del gobierno no es, sin embargo, necesariamente simple. El camino desde la desigualdad hacia la corrupción puede ser indirecto, pero la conexión es clave para entender por qué algunas sociedades son más corruptas que otras. Cuando se confía en la gente, que puede ser incluso de ámbitos diferentes del nuestro, se suele estar más predispuesto a tratarla con honestidad y beneficiarse de la corrupción puede parecer indecoroso. Cuando se desconfía de los extraños, especialmente si pensamos que están tratando de engañarnos, nuestros remordimientos y prevenciones morales contra los comportamientos corruptos son menos convincentes. La inmersión en un ambiente de corrupción y desigualdad puede causar estragos en nuestro sentido de la moral y la ética. Della Porta y Vannucci afirman que la corrupción generalizada hace que la gente esté  menos dispuesta a condenarla como inmoral. Como la corrupción se generaliza, se convierte en profundamente arraigada en la sociedad. La gente empieza a creer que la deshonesta es la única manera de conseguir que las cosas funcionen.

El argumento que conduce desde la desigualdad hacia la corrupción pasando por la desconfianza, retroalimentándose a sí mismo en lo que podemos llamar la «trampa de la desigualdad», contrasta con el enfoque más común para explicar la corrupción como derivada de instituciones deficientes. Las raíces de la corrupción son no solo institucionales sino, en gran medida, arraigadas en la desigualdad económica y un ambiente y cultura de desconfianza generalizada que a su vez se deriva de una distribución desigual de la riqueza.

La trampa de la desigualdad es muy difícil de romper, planteándose un modelo donde la desigualdad, la desconfianza y la corrupción se refuerzan mutuamente:

desigualdad -> baja confianza -> corrupción -> más desigualdad

Las recetas más tradicionales de la lucha contra la corrupción sugieren que la cura contra el mal es encarcelar a los políticos corruptos, pero si solamente nos limitamos a eso (y por supuesto que debemos hacerlo con mayor severidad) serán reemplazados para cumplir su función por otros corruptos líderes políticos y partidistas en breve lapso de tiempo.

La corrupción no es fácil de erradicar si se basa principalmente en la distribución de los recursos (la desigualdad económica) y la cultura de desconfianza arraigada en la sociedad. Los cambios institucionales no suelen ser fáciles, pero su dificultad es poca en comparación con la remodelación de la cultura de una sociedad o de su distribución de la riqueza y el poder. La corrupción, la desigualdad y la confianza son muy «viscosos»: no cambian mucho con el tiempo.

 

El vínculo entre la desigualdad y la corrupción parece irrefutable. La corrupción es explotación. No toda la corrupción está vinculada a la desigualdad. La «gran» corrupción se refiere a hechos delictivos de gran magnitud perpetrados por los políticos, sus camarillas y sus redes clientelares que se aprovechan de sus posiciones para enriquecerse o incrementar su poder e influencia con fines ajenos al Interés General o una interpretación ética del mismo. La gran corrupción suele estar relacionada con ampliar las ventajas de los ya bien dotados de riqueza y poder. «La pequeña corrupción», los pequeños sobornos a  médicos, policías y hasta profesores universitarios, muy común en los países ex comunistas de Europa Central y Oriental así como en muchos países pobres es diferente en especie, si no en el espíritu. La corrupción a pequeña escala no enriquece a quienes la practican. Puede depender de una distribución desigual de la riqueza aunque no debería haber necesidad de hacer los pagos «regalo» en una economía de mercado que funcione adecuadamente.

La desigualdad promueve la corrupción de diversas formas. Es perjudicial para la seguridad de los derechos de propiedad y libre competencia legítima, y por lo tanto, para el crecimiento económico, ya que permite a los ricos  y poderosos subvertir las instituciones políticas, reglamentarias y legales de la sociedad para su propio beneficio. Si un determinado individuo es lo suficientemente más rico que otro, y los tribunales son corruptibles o el sistema legal es tan lento y gravoso para los litigantes que los menos ricos no pueden permitirse recurrir a él , entonces el sistema legal favorecerá a los ricos, no a los justos ni a la Justicia. De forma similar, si las instituciones políticas y reguladoras pueden ser controladas por la riqueza o la influencia estas favorecerán a los ya ricos y poderosos no a la eficiencia. Esto a su vez conduce e incentiva a los inicialmente bien situados a emprender  actos socialmente perjudiciales, a sabiendas de que los sistemas jurídicos, políticos y reguladores no los harán responsables.

You y Kaghram afirman: «Los ricos, como los grupos de interés, empresas o individuos pueden emplear el soborno o las conexiones para influir en los procesos de implementación de la ley (la corrupción burocrática) y para comprar la interpretación favorable de la ley (la corrupción judicial).

 

La desigualdad alimenta la corrupción principalmente porque:

1- La mayoría de ciudadanos de a pie para ven el sistema como en contra de ellos,

2-  Provoca un sentido de dependencia de los ciudadanos comunes y un sentido de pesimismo para el futuro, que a su vez socava los dictados morales para tratar su conciudadanos con honestidad, y

3- Distorsiona las instituciones clave de la equidad, la justicia y el imperio de la Ley en la sociedad, los tribunales, donde los ciudadanos ven como sus protectores contra la injusticia, acaban favoreciendo los intereses de los más poderosos.

 

La desigualdad económica crea  líderes políticos que hacen del clientelismo una virtud más que un vicio, ya que proporcionan puestos de trabajo para las camarillas y ciudadanos comunes que sirven a sus intereses. Estos líderes ayudan a algunos de sus electores, pero de manera más crítica y significativa se ayudan a sí mismos. La desigualdad alimenta la corrupción  y la dependencia de los pobres respecto de los líderes políticos que pueden patrocinarlos. La desigualdad lleva al clientelismo – Los líderes se establecen a sí mismos como proveedores monopolísticos de los beneficios para los ciudadanos. Estos líderes no son, de facto, responsables ni fiscalizables ante sus electores como teoría de la democracia nos han hecho creer.

Son muchas, variadas y no siempre evidentes las trampas que se pueden tender a un sistema democrático con elecciones periódicas, de modo que el vínculo entre el gobierno democrático y honesto no puede ser tan fuerte como lo que inicialmente era de esperar. Por ejemplo, el jefe del partido político en el poder está muy arraigado en su posición y en su zona. Los Potenciales opositores no tienen los recursos para montar un verdadero desafío   y, aunque lo intentasen, el jefe del gobierno puede contar con el apoyo de las legiones cuyos puestos de trabajo controla a través de su máquina de patrocinio.

Una riqueza desigual lleva a la gente a sentirse menos limitada por los demás a la hora de hacer trampas y evadir impuestos. Donde la corrupción está muy extendida, las personas se dan cuenta de que no son dueños de su propio destino perdiendo la fe de que su futuro pueda ser brillante. La gente se resigna a su suerte.

Si los ciudadanos sienten que han sido tratados injustamente por la policía o en los tribunales, son lógicamente menos propensos a tener fe en el sistema legal. El sistema de justicia es especialmente importante por dos razones. En primer lugar, un sistema judicial corrupto puede proteger a las élites deshonestas de las represalias. En segundo lugar, los tribunales, más que cualquier otro poder del Estado, se supone que son neutrales e imparciales. Cuando la gente tiene poca fe en la imparcialidad del sistema judicial, existen pocos incentivos para cumplir la ley.

 

La corrupción es el «capital social negativo». Es vergonzosa y deshonesta, sin duda alguna, pero es más que eso. Explota a los desfavorecidos  por el poder y la riqueza para otorgar más riqueza y poder a las personas que ya tienen una gran cantidad de los mismos. No hay manera fácil de salir de esta trampa de la desigualdad. La lucha contra la corrupción significa abordar la desigualdad, y
las políticas que funcionan mejor para reducir la desigualdad y promover la confianza – políticas universales de bienestar social – también dependen de gobiernos honestos para repartir y redistribuir los bienes y de un pacto social para proporcionar beneficios como educación universal y cuidado de la salud para los ricos y los pobres por igual. Altos niveles de corrupción significan que estos servicios no pueden ser proporcionados y la desigualdad subyacente a la corrupción a gran escala no hará sino aumentar.